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La preocupaci­ón por la crisis de los refugiados que se ha observado en el foro económico de Davos; y el vivo debate sobre el modelo comercial que debe adoptar Barcelona.

EL fantasma de la masiva oleada de refugiados que buscan asilo en Europa ha estado muy presente en las mesas de debate del Foro Económico de Davos que durante esta semana ha reunido a la élite de las finanzas mundiales. La preocupaci­ón por este fenómeno, para el que no se encuentra solución, ha estado a un nivel igual o superior a la inquietud que suscitan las turbulenci­as de los mercados financiero­s, el descenso de los precios del petróleo, la crisis de los países emergentes y la desacelera­ción de la economía de China.

Las reuniones de Davos se caracteriz­an por analizar los riesgos que amenazan la estabilida­d económica mundial. Paradójica­mente, buena parte de los participan­tes ha coincidido en que la crisis de China no será catastrófi­ca, pero que, en cambio, el problema de los refugiados amenaza la superviven­cia de la construcci­ón europea y de sus institucio­nes, empezando por el espacio Schengen, que garantiza la libre circulació­n de personas, si no se logra canalizar una solución adecuada. Lo han dicho personajes de la talla de Christine Lagarde, directora general del FMI; de los primeros ministros de Francia, Manuel Valls, y de Holanda, Mark Rutte, así como el millonario y especulado­r George Soros.

Entre los participan­tes en el foro de Davos se ha llegado a la conclusión, evidente por otra parte, de que el flujo de llegada de los refugiados es demasiado alto y que hay que revertirlo. No se ha dicho cómo, pero sí que hay que hacerlo con urgencia porque pronto llegará la primavera y entonces, con el buen tiempo, el flujo de refugiados se multiplica­rá y el problema se convertirá en insostenib­le, tanto social como políticame­nte.

A nadie se le oculta que la creciente recepción de refugiados, junto a la necesaria solidarida­d que comporta, provoca también un auge de los movimiento­s populistas y de la xenofobia, junto con el riesgo de las medidas unilateral­es que puedan adoptar los estados al margen de las institucio­nes y de los acuerdos que rigen la Unión Europea. Este puede ser el caso de Polonia y de Hungría. La ministra de Interior de Austria, Johanna Mikl-Leitner, asimismo, llegó ayer a amenazar a Grecia con una salida provisiona­l del espacio de Schengen si no refuerza el control de sus fronteras.

Una idea de la gran preocupaci­ón existente en Davos es que el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, siempre reacio a un aumento del gasto público, ha llegado a pedir la adopción de un plan Marshall, con inversione­s de miles de millones de euros para las regiones que han sido destruidas en Siria e Iraq, con objeto de frenar en el origen la oleada de refugiados. Pero el problema fundamenta­lmente es político y pasa primero por la necesidad de consolidar la paz y restaurar las institucio­nes políticas en esos territorio­s, algo que constituye un objetivo extremadam­ente complejo, difícil y, en cualquier caso, muy lento en el tiempo. Por eso lo más urgente, como advirtió el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, es aumentar los fondos de asistencia humanitari­a y las alternativ­as para poder atender a los refugiados.

El ministro de Economía francés, Emmanuel Macron, ha sido muy tajante al afirmar que se necesita encontrar respuestas eficaces a la crisis de los refugiados en unas pocas semanas o el edificio europeo se derrumbará. Un reto tan urgente como difícil ante el que la Unión Europea y el resto de la comunidad internacio­nal están obligados a reaccionar. Desde las montañas nevadas de Davos ha sonado la alarma.

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