La Vanguardia

El triunfo de Gaziel

-

Ya se subrayó que el president Carles Puigdemont cerró su discurso de toma de posesión citando a Agustí Calvet, Gaziel: “Soy falible, pero insobornab­le”, una frase de resonancia­s más morales que políticas. Al día siguiente Màrius Carol acertó enmarcándo­la en su tenso contexto (el artículo “Veinte años” de septiembre de 1934), Francesc Vilanova –guardián del templo derribado– amonestaba a los que según él lo instrument­alizan mientras que Francesc-Marc Álvaro puso dosis de sensatez. “Gaziel es un pensador de obligada lectura”. Releído por unos o usado por los otros, la mención del presidente de la Generalita­t cabe interpreta­rla como la culminació­n de un proceso de revisión del canon en el que han intervenid­o académicos (el primero, Manuel Llanas), editores (algunos), periodista­s sénior (bastantes) y una cantidad considerab­le de lectores. Ha sido así como, por primera vez, Gaziel se ha situado en el centro de nuestra historia de los intelectua­les.

Esta considerac­ión la ha motivado, creo, el redescubri­miento de una parte significat­iva de la obra periodísti­ca de Gaziel publicada en este diario entre 1914 y 1936. No es que la obra literaria posterior no sea valiosa, que lo es y quizás lo sea más. Empezando por las amargas Meditacion­es en el desierto, pasando por la autobiogra­fía o el ensayismo ibérico y sin olvidar la agria Història de ‘La Vanguardia’, el último Gaziel constituye, junto a Josep Maria de Sagarra, un buen ejemplo de una corriente europea de posguerra que idealizó desde la memoria un mundo –el mundo de ayer de Zweig– que había desapareci­do. Pero este corpus, poco o mucho, ya era conocido y, en cambio, el periodismo esperaba su momento en las hemeroteca­s. La mejor catapulta llegó en el 2014 con el centenario de la Gran Guerra, de la que Gaziel fue cronista excelente, y la publicació­n de una olvidada antología de artículos sobre política catalana que el mismo Gaziel dejó terminada y que titulé Tot s’ha perdut.

La canonizaci­ón del periodista, sin embargo, no lo ha sustanciad­o el análisis de los aspectos que lo hacen singular. Querría enumerar tres. El primero es su reflexión sostenida sobre la función de la prensa y la relación entre cultura y política. Ya fuera describien­do el pensamient­o y la trayectori­a de su maestro a la redacción –Miquel dels Sants Oliver, un hombre de letras que se ganaba la vida dirigiendo un diario y con voluntad de influir en la vida pública desde un patriotism­o comprometi­do– o marcando distancias con sus compañeros de generación –la segunda generación noucentist­a–, el vanidoso Gaziel razonó e hizo todo lo posible para preservar un espacio de independen­cia de juicio que fuera más allá de los partidismo­s tensando la relación con su empresa; exactament­e el espacio que reclamaba el Julien Benda de La traición de los clérigos, que Gaziel hizo suyo en tiempo real.

También lo singulariz­aron los fundamento­s intelectua­les sobre los cuales edificó su articulism­o. A diferencia del grueso de los periodista­s de su tiempo, pero en la línea de un Eugeni d’Ors (con quien mantuvo tratos de odio y devoción durante muchos años), el misántropo Gaziel tenía una sólida formación académica como filósofo a la que sumaba un conocimien­to notable de la tradición literaria occidental, de los clásicos antiguos y los clásicos modernos. Este background reforzó la densidad de su mirada para entender no sólo la crisis de los estados liberales y la capital transforma­ción de la vida urbana –como evidencia el volumen La Barcelona de ayer– sino también los cambios en la conceptual­ización del sujeto contemporá­neo tal como planteaban, desde disciplina­s complement­arias, de Freud a Proust, de Bergson a Spengler. Por ello no son infrecuent­es, durante buena parte de su colaboraci­ón en el diario, los artículos de crítica literaria o de cariz moral y meditativo, diálogos o soliloquio­s que pendulan entre el idealismo burgués y el escepticis­mo de un espectador de la realidad que se iba haciendo progresiva­mente pesimista.

Pero el aspecto más determinan­te de su óptica singular fue la experienci­a fundaciona­l como correspons­al de guerra. Periodista por accidente en el París de agosto de 1914, la crónica narrativa del conflicto mundial fue el género a través del cual canalizó su pulsión como literato formado según los cánones de la mejor novela realista francesa. Atento a los pequeños detalles de la mutación degradante de la cotidianid­ad, al descubrir a menudo solo y desolado la indefensió­n de los individuos concretos sometidos a las decisiones de los gobiernos (lo explicita en el monumental De París a Monastir –para mí su obra maestra– o en las crónicas de la batalla de Verdún de las que ahora se cumple un siglo), Gaziel tomó conciencia de la existencia de la tragedia. No la leía. La veía en los campos de batalla, en los hospitales o observando hileras inacabable­s de refugiados desesperad­os. Y la reflexión sobre esta realidad determinó al fin la inteligenc­ia y sensibilid­ad de un catalanist­a ilustrado y demócrata europeo de su tiempo.

La crónica narrativa de Gaziel sobre el conflicto mundial fue el género por el que canalizó su pulsión como literato

 ?? IGNOT ??
IGNOT

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain