La Vanguardia

El monigote

- Pilar Rahola

Soraya Sáenz de Santamaría es una mujer extraordin­aria. Tiene tiempo de todo y siempre con buena cara. Por ejemplo, a la par que se olvida de su número tres Federico Ramos, felizmente autodimiti­do después de conocerse sus pinitos con el caso Acuamed, aparece en el ruedo para enviar al Constituci­onal el enésimo proyecto de la pérfida Generalita­t.

Esta vez se trata de usar al Alto Tribunal para poner bajo sospecha a la Conselleri­a de Romeva, so pena de que España no controlara en su integridad la imagen internacio­nal. Lo del juramento de Puigdemont lo dejan para otra ocasión, no fuera caso que sucumbiera­n de ridículo. Y es lógico que doña Soraya prefiera abrir la carpeta de la insidia catalana que remover los papeles pringosos del pantanal en que se ha convertido su partido. Siempre será más vistoso ejercer de martillo de herejes catalanes, que explicar una presunta reunión con FCC en la que se habría pactado una “compensaci­ón indebida” de 40 millones de euros a la constructo­ra, que luego se habría consignado en los presupuest­os del 2015. Feo asunto.

Y de eso va la cosa, de la permanente cortina de humo que es la cuestión catalana para el Partito Popular, cuya

Resistir es vencer, y eso es lo que ha hecho Catalunya, resistir al durísimo envite del Estado

táctica de mostrarse como defensor del montículo contra las hordas periférica­s le ha dado rédito en el pasado. Sin embargo, ¿se lo dará ahora? Porque si bien es cierto que machacar al monigote catalán siempre da votos, el momento político no está en su fase electoral sino en las aguas movedizas de los pactos y las alianzas, allí donde se juega el arte de la política. Personalme­nte creo que este permanente acoso sólo sirve para ganar míseros días a una agonía certera, porque pase lo que pase con la investidur­a, la cuestión catalana entrará en una fase muy distinta. No imagino que el gobierno surgido de este difícil Parlamento pueda permitirse tratar a porrazos un conflicto de profundo calado, que inevitable­mente obligará a ejercer el diálogo y la política. Por mucho que el PP mantenga su posición numantina, ni le sirve para ganar más votos ni le sirve para conseguir acuerdos. Los jugadores del tablero han cambiado, los tiempos son otros, el Parlamento tiene las entrañas removidas y en Catalunya todo se mantiene fuerte a pesar de que nos ha cantado los responsos en múltiples ocasiones.

Resistir es vencer, especialme­nte en la política, y eso es lo que ha hecho Catalunya, resistir a un envite del Gobierno que ha sido durísimo, y claramente represivo, pero que se ha mostrado del todo ineficaz. Ahora entraremos en una segunda pantalla del juego, donde el abuso del Constituci­onal y de la judicatura, como herramient­as de represión del conflicto, no serán tan fáciles de ejercer ni tan fáciles de vender. El nuevo gobierno tendrá la patata caliente de Catalunya en el primer punto de la agenda y deberá encontrar otra forma de encararla. Ahora ya saben todos ellos que la represión no funciona.

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