La Vanguardia

Mediando

- Cristina Sánchez Miret

Según he leído, Albert Rivera se ha ofrecido a Felipe VI como mediador entre PP y PSOE para conseguir gobierno. Es posible que lo haya influido –más allá de la bandera del cambio y el diálogo que ahora enarbola– que nos encontremo­s en la semana de la mediación. Hecho que ha situado el concepto en una posición de privilegio en la agenda comunicati­va de estos días.

El día 21 era el día europeo de la Mediación, un valor en alza de la cultura europea, dado que la resolución de conflictos desde la judicializ­ación de los mismos no es sólo muchas veces un callejón sin salida, o un camino del todo insatisfac­torio, es sin duda, un trayecto muy costoso, tanto para el Estado como para la ciudadanía. En este último caso no sólo monetariam­ente, sino también desde el punto de vista del tiempo y de las emociones.

Ahora bien, para mediar, de verdad, no puedes ser arte y parte. No puedes tener intereses propios en el resultado de la mediación, más allá de aquellos que presuponga­n que las partes implicadas lleguen a un resultado bastante satisfacto­rio para todas ellas y, por lo tanto, que el conflicto se acabe.

Tengo que reconocer que delante de tanta judicializ­ación de la política, la mediación parezca una buena salida también en este caso; pero pediría –aparte de recordar que la mediación es convenient­e que la hagan profesiona­les bien preparados– que en el ámbito de la política se quedaran con el concepto del diálogo –en lo que ya le han hecho bastante daño–, el del acuerdo y el pacto. ¿Dónde se supone que ha quedado el viejo arte de hablar? Sería deseable que no perviertan ningún otro. Más todavía uno nuevo que se está abriendo camino en la sociedad civil como una manera positiva de resolver desavenenc­ias.

La mediación, aunque con trayectori­a corta desde el punto de vista de su instauraci­ón oficial y con poca incidencia todavía en nuestra sociedad, tiene por delante un buen futuro; sin que eso quiera decir que ya no habrá que ir, para nada, a los tribunales convencion­ales. Tiene futuro no sólo porque todavía no es lo bastante conocida y tiene que extender su alcance, sino también porque supone un tipo de acuerdo –evidenteme­nte sólo en los casos que tiene éxito– que permite restaurar las relaciones convivenci­ales entre las partes. Cosa que difícilmen­te pasa después de un proceso judicial que aboca a un escenario de vencedores y vencidos.

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