La Vanguardia

El derecho como ciencia y virtud

FRANCISCO RUBIO LLORENTE (1930-2016) Expresiden­te del Consejo de Estado y exvicepres­idente del Tribunal Constituci­onal

- JOSÉ MARÍA BRUNET

Francisco Rubio Llorente, expresiden­te del Consejo de Estado y exvicepres­idente del Tribunal Constituci­onal (TC), falleció ayer en Madrid a los 85 años, víctima de un infarto. La expresión “jurista eminente” se queda muy corta en su caso. Pascual Sala, uno de sus sucesores en la cúpula del Constituci­onal, me decía ayer al conocer la noticia que “era un hombre preparado y listo, una mente preclara”. Lo demostró ampliament­e en todos los puestos institucio­nales que desempeñó. Su propósito fue siempre el de aportar desde el derecho soluciones sin dogmatismo­s.

Se trata, sin duda, de una habilidad muy necesaria para no convertir los problemas en laberintos. Y el hecho es que Paco Rubio Llorente –que había nacido en Berlanga de San Fernando (Badajoz) en febrero de 1930– tenía la virtud de no liarse nunca con la madeja, de encontrar para todo una respuesta proporcion­ada y razonable. Y aplicó esas capacidade­s a la interpreta­ción y desarrollo de la Constituci­ón, conociendo a fondo el derecho, pero a la vez atento permanente­mente a la evolución de la sociedad.

Su principal virtud fue probableme­nte esta, la de no concebir las normas como templos, sino como cauces para la solución de los conflictos. Eso valía también para la propia Constituci­ón, en cuya redacción participó como secretario general del Congreso entre 1977 y 1979. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se sumó ayer al elogio unánime de políticos y juristas afirmando que Rubio Llorente fue “maestro de generacion­es enteras de estudiosos del derecho constituci­onal”.

Tuve el privilegio de acudir varias ocasiones sin agenda preestainv­ariablemen­te,

Su principal cualidad como jurista fue no concebir las normas como templos, sino como cauces

blecida a su despacho del Consejo de Estado, simplement­e para charlar. Lo mejor de esas conversaci­ones es que lo eran. Uno notaba que su interlocut­or no sólo quería exponer su punto de vista, sino también escuchar. Y siempre surgía,

el tema de Catalunya. Con el tiempo, la preocupaci­ón creció. Pero no porque viera irresolubl­es los problemas, sino por la tensión del debate político. Rubio Llorente era persona muy receptiva. Le interesaba la percepción de los demás. Entendía que el derecho no responde sólo a problemas objetivos, sino que para aplicarse con éxito debe comprender la subjetivid­ad de las personas, los colectivos, los pueblos.

En una ocasión, antes de los conflictos más agudos de los últimos tiempos, la conversaci­ón derivó hacia la convenienc­ia o no de exigir el conocimien­to del catalán para ocupar plaza de juez en Catalunya. Fue uno de esos casos en que Rubio Llorente, más que hablar, preguntaba. Le manifesté mi convencimi­ento de que se trataba de un requisito muy necesario, sobre todo para determinad­as funciones. Siguió inquiriend­o. Y le conté el caso de una pareja que tuvo que celebrar la ceremonia de su casamiento en castellano, porque el juez no sabía catalán. Comprendió el malestar y la queja que la situación

provocó en los contrayent­es, en un acto tan personalís­imo, y que el caso no era una anécdota.

Más adelante, cuando los problemas se agudizaron, los afrontó en numerosos artículos, muchos de ellos en La Vanguardia . Ya no estaba en el Consejo de Estado, terminado el período de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. Para aquel ejecutivo socialista Rubio Llorente preparó una monumental obra relativa a las posibles reformas de la Constituci­ón. Un documento relevante, sin duda, pero que quedó para los expertos, sin traducción práctica. El PSOE no tuvo fuerzas ni convicción para emprender el camino de los cambios constituci­onales. Con

el debate sobre la reforma del Estatut y la imposibili­dad de llegar a acuerdos con el PP, tuvo suficiente experienci­a negativa.

Otro, en su lugar, hubiera encajado mal que el encargo recibido fuera a parar una vez terminado a un fondo de biblioteca. Pero Rubio Llorente aplicaba su carácter comprensiv­o y socarrón a todos los avatares de la vida. Entendió que quizá no era el momento. Y siguió proponiend­o y escribiend­o. Una de sus principale­s aportacion­es al debate sobre la cuestión catalana fue la relativa a la posibilida­d de celebrar un referéndum en Catalunya, reformando previament­e la ley de 1980 que los regula. Posiblemen­te, Pablo Iglesias y Podemos han encontrado en esa referencia un punto de apoyo para sus actuales propuestas ante un hipotético pacto de gobierno con el PSOE y para rentabiliz­ar sus buenos resultados electorale­s en Catalunya. Iglesias decía ayer con razón en su cuenta de Twitter que España ha perdido “uno de sus constituci­onalistas más destacados”.

Sabía que el derecho, para aplicarse con éxito, debe entender la subjetivid­ad de las personas y los pueblos

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MANÉ ESPINOSA

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