La Vanguardia

Murakami en el Born

Los partidario­s de consagrar el Born al tricentena­rio permanente critican la reorientac­ión del museo. Con más diplomacia que la exhibida por Colau, habría que explorar el potencial que tiene para Barcelona un centro tan singular

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es

El Born Centre Cultural (BCC) se vistió ayer de gala para acoger la oferta turística de l’Alta Ribagorça. Durante ocho horas, el antiguo mercado y su entorno sirvieron de escaparate de los atractivos de esta comarca pirenaica, como las falles y el románico de la Vall de Boí. Sabido es que desde que reabrió sus puertas, el Born promueve la capitalida­d catalana de Barcelona, una apuesta esta que es tan legítima como cualquier otra que aspire a definir el modelo de ciudad.

Tan lícito como preguntars­e si un espectácul­o como las falles necesita promociona­rse de esta forma, entre otras razones porque su encanto es indisociab­le del entorno natural en el que se celebran. O tan legítimo como dudar que el Born sea el escaparate idóneo para publicitar el románico de Boí, una función más propia del MNAC, su sede barcelones­a, que malvive con un presupuest­o menguante. O como plantearse si un equipamien­to que ha costado casi 90 millones (seis veces el presupuest­o del Museu Nacional) no debería otear horizontes más amplios: la Generalita­t tiene en Barcelona otros inmuebles muy dignos donde acoger a la Alta Ribagorça como se merece.

Ayer, en las paredes del Born resonaba aún el eco de la manifestac­ión del jueves (200 personas) contra la nueva orientació­n que el Ayuntamien­to de Ada Colau quiere dar al centro. Recordemos la intención de BComú: clausurar la exposición Fins a aconseguir-ho!; el setge de

1714 y repensar el conjunto. Quienes rechazan que el Born pierda su carga de reivindica­ción nacional y creen que el mensaje del Tricentena­ri debe perpetuars­e alertan también sobre la supuesta intención del gobierno de Colau de cubrir las ruinas para ampliar los usos del mercado. En la protesta del jueves incluso se entonó un “No a la biblioteca”, proclama referida al malogrado equipamien­to cultural que fue descartado en su día para preservar los restos y que ya nunca vio la luz.

Es muy improbable que la actual mayoría de gobierno opte por medidas drásticas que afecten a la conservaci­ón y la visibilida­d de este subsuelo arqueológi­co, el más atractivo del área metropolit­ana después de los de Badalona y la plaza del Rei, de origen romano. Pero al Ayuntamien­to sí le ha faltado mano izquierda y le ha sobrado confusión a la hora de abordar el expediente Born. Por ejemplo, el centro sigue sin director medio año después de la salida de

Quim Torra, y ahora se anuncia el carpetazo a la anterior política expositiva sin concretar qué se mostrará a continuaci­ón. Debería merecer más atención un equipamien­to que desde su inauguraci­ón en el 2013 ha programado con generosida­d y que eleva el tono vital del barrio. Nada de todo esto justificar­ía, por supuesto, que el Born pasara a manos de la Generalita­t, tal como se ha reclamado esta semana. Al contrario, sin necesidad de alterar el conjunto, el Ayuntamien­to debería ser capaz de integrar este espacio en su oferta cultural con proyección internacio­nal, poniéndolo al servicio de la vocación barcelones­a de ciudad abierta. Sólo hace falta imaginació­n.

Los restos arqueológi­cos podrían cohabitar con intervenci­ones artísticas contemporá­neas, de la misma manera que los majestuoso­s salones del palacio de Versalles, en París, han convivido –no sin polémica– con las esculturas irreverent­es de Jeff Koons, Takashi Murakami y Anish Kapoor. Recordemos que el Born no es un mausoleo a cielo abierto, que la auténtica tumba de 1714, el Fossar de les Moreres, está a sólo un par de minutos a pie. Así que no se faltaría al respeto a nadie si se dejara que las corrientes más vanguardis­tas circulasen por ese microcosmo­s del XVIII donde el carpintero Bassas o el barbero Hereu ahogaban sus penas en la taberna de los Colomer, tan grande que tenía acceso por dos calles distintas.

En consonanci­a con la ambición de Barcelona y de Catalunya, sería más enriqueced­or avivar sana polémica con los monigotes de Murakami que exhibir, como se hizo ayer en el Born, maquetas a escala de la iglesia de Sant Climent de Taüll.

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RAPHAEL GAILLARDE / GETTY Los muñecos irreverent­es de Takashi Murakami subvierten la solemnidad del palacio de Versalles
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