Murakami en el Born
Los partidarios de consagrar el Born al tricentenario permanente critican la reorientación del museo. Con más diplomacia que la exhibida por Colau, habría que explorar el potencial que tiene para Barcelona un centro tan singular
El Born Centre Cultural (BCC) se vistió ayer de gala para acoger la oferta turística de l’Alta Ribagorça. Durante ocho horas, el antiguo mercado y su entorno sirvieron de escaparate de los atractivos de esta comarca pirenaica, como las falles y el románico de la Vall de Boí. Sabido es que desde que reabrió sus puertas, el Born promueve la capitalidad catalana de Barcelona, una apuesta esta que es tan legítima como cualquier otra que aspire a definir el modelo de ciudad.
Tan lícito como preguntarse si un espectáculo como las falles necesita promocionarse de esta forma, entre otras razones porque su encanto es indisociable del entorno natural en el que se celebran. O tan legítimo como dudar que el Born sea el escaparate idóneo para publicitar el románico de Boí, una función más propia del MNAC, su sede barcelonesa, que malvive con un presupuesto menguante. O como plantearse si un equipamiento que ha costado casi 90 millones (seis veces el presupuesto del Museu Nacional) no debería otear horizontes más amplios: la Generalitat tiene en Barcelona otros inmuebles muy dignos donde acoger a la Alta Ribagorça como se merece.
Ayer, en las paredes del Born resonaba aún el eco de la manifestación del jueves (200 personas) contra la nueva orientación que el Ayuntamiento de Ada Colau quiere dar al centro. Recordemos la intención de BComú: clausurar la exposición Fins a aconseguir-ho!; el setge de
1714 y repensar el conjunto. Quienes rechazan que el Born pierda su carga de reivindicación nacional y creen que el mensaje del Tricentenari debe perpetuarse alertan también sobre la supuesta intención del gobierno de Colau de cubrir las ruinas para ampliar los usos del mercado. En la protesta del jueves incluso se entonó un “No a la biblioteca”, proclama referida al malogrado equipamiento cultural que fue descartado en su día para preservar los restos y que ya nunca vio la luz.
Es muy improbable que la actual mayoría de gobierno opte por medidas drásticas que afecten a la conservación y la visibilidad de este subsuelo arqueológico, el más atractivo del área metropolitana después de los de Badalona y la plaza del Rei, de origen romano. Pero al Ayuntamiento sí le ha faltado mano izquierda y le ha sobrado confusión a la hora de abordar el expediente Born. Por ejemplo, el centro sigue sin director medio año después de la salida de
Quim Torra, y ahora se anuncia el carpetazo a la anterior política expositiva sin concretar qué se mostrará a continuación. Debería merecer más atención un equipamiento que desde su inauguración en el 2013 ha programado con generosidad y que eleva el tono vital del barrio. Nada de todo esto justificaría, por supuesto, que el Born pasara a manos de la Generalitat, tal como se ha reclamado esta semana. Al contrario, sin necesidad de alterar el conjunto, el Ayuntamiento debería ser capaz de integrar este espacio en su oferta cultural con proyección internacional, poniéndolo al servicio de la vocación barcelonesa de ciudad abierta. Sólo hace falta imaginación.
Los restos arqueológicos podrían cohabitar con intervenciones artísticas contemporáneas, de la misma manera que los majestuosos salones del palacio de Versalles, en París, han convivido –no sin polémica– con las esculturas irreverentes de Jeff Koons, Takashi Murakami y Anish Kapoor. Recordemos que el Born no es un mausoleo a cielo abierto, que la auténtica tumba de 1714, el Fossar de les Moreres, está a sólo un par de minutos a pie. Así que no se faltaría al respeto a nadie si se dejara que las corrientes más vanguardistas circulasen por ese microcosmos del XVIII donde el carpintero Bassas o el barbero Hereu ahogaban sus penas en la taberna de los Colomer, tan grande que tenía acceso por dos calles distintas.
En consonancia con la ambición de Barcelona y de Catalunya, sería más enriquecedor avivar sana polémica con los monigotes de Murakami que exhibir, como se hizo ayer en el Born, maquetas a escala de la iglesia de Sant Climent de Taüll.