El auge de los robots plantea un dilema económico
Davos debate si la tecnología animará la economía o agravará la desigualdad
En el espacio llamado Meet the robot (conoce al robot) del Foro Económico Mundial, celebrado la semana pasada en Davos, los asistentes contemplaban con admiración a un robot humanoide que cruzaba las piernas mientras leía The New York Times. Los tecnooptimistas consideran que el aumento de la productividad impulsará los beneficios y estimulará, por fin, la inversión, lo que generará muchas oportunidades para jóvenes emprendedores –como los young global leaders que pululaban por la ciudad hablando de las start-ups y los unicornios (empresas de Silicon Valley que ya valen más de 1.000 millones en bolsa)–, lo que hará caer a las viejas jerar- quías. Por su parte, los tecnopesimistas apelan al nuevo estudio del Foro Económico Mundial, basado en entrevistas a directores de recursos humanos de 350 multinacionales que en conjunto emplean a nueve millones de trabajadores.
Se prevé una destrucción neta de cinco millones de puestos de trabajo en cinco años (siete millones destruidos, dos millones creados) debido a la aplicación de tecnologías relacionadas con la inteligencia artificial, la machine learning, la genética, la impresión en tres dimensiones, la biotecnología, actividades que se amplifican unas a otras.
“La tecnología ya es muy buena a la hora de hacer trabajo rutinario, sea este físico o mental, y conforme se desarrolle software de reconocimiento de voz y repetición de patrones, se podrá aplicar a trabajos menos rutinarios”, señala David McAfee, cuyo libro The second ma- chine age es la biblia del tecnopesimismo. Según Laura d’Andrea Tyson, de la Universidad de Berkeley, el 47% de las categorías de trabajo actuales pueden ser automatizadas con tecnologías que ya existen. Pero, alerta: “Sin trabajadores, ¿de dónde vendrá la demanda de los productos?”.
En Davos, que durante el foro mundial concentra una población variopinta de 2.500 consejeros delegados, celebridades, filántropos, gestores de fondos, periodistas de élite y emprendedores sociales, pudo verse que, pese a las diferencias entre optimistas y pesimistas, que participaban animadamente en sesiones de brainstorming sobre la construcción de la máquina inteligente o sobre cómo combatir laciber delincuencia, tienen algo en común: su tec no determinismo.
Están de acuerdo en no actuar en contra de avances tecnológicos como los drones para servir pizzas a domicilio o los teléfonos inteligentes con aplicaciones para meditar. Que la supervivencia de estos avances la decida el mercado, considera la élite de Davos, sin apenas discrepancias hasta la llegada de Thomas Picketty. Una inapelable ley de tecnología les ha hecho más ricos, y al resto, más pobres; pues así pasará con el futuro del trabajo...
“Hay un determinismo rampante, como si no se pudiera elegir formas de adaptar las tecnologías a las necesidades sociales”, afirma Guy Ryder, director de la Organización Internacional del Trabajo.
“En vez de invertir en coches sin conductor o en nuevas aplicaciones de teléfonos para adolescentes, podría invertirse en el desarrollo de tecnología que permitiera a los ancianos quedarse en sus hogares y no ir a la residencia”, opina Tony Atkinson, experto en desigualdad de la Universidad de Oxford que subraya que “la ayuda a los ancianos es un buen ejemplo de cómo la inversión pública puede impulsar la tecnología a usos que beneficien a la sociedad”.
Pero en Davos, la inversión pública es un obstáculo para el espíritu emprendedor del mercado. Según un informe del foro, el sector que registrará una mayor destrucción de empleo será la sanidad, y afectará, en concreto, al empleo de los administrativos, que serán ma-
El 47% de las categorías de trabajo actuales pueden ser automatizadas con tecnologías existentes
sacrados por nuevas tecnologías de procesamiento de datos. Para Atkinson, sería lógico compensar esa pérdida con una mayor contratación de personal sanitario como médicos y enfermeras. Pero no es la lógica de Davos, donde los recortes no son compatibles con la disciplina fiscal ni con el ánimo de lucro en los hospitales ya privatizados.
La extraordinaria falta de capacidad o voluntad de la élite global del siglo XXI para canalizar el cambio tecnológico hacia usos que benefician a toda la sociedad contrasta con otras élites en el pasado, desde los industrialistas victorianos de Manchester del siglo XIX hasta los
fordistas de Detroit del siglo XX. Desde luego, las soluciones ofrecidas en Davos –cuya consigna es “comprometidos en mejorar el estado del mundo”– a la supuestamente inevitable destrucción de millones de empleos no habrían ganado ningún premio de creatividad y liderazgo como los que se conceden habitualmente en el foro.
Como remedio, se repetían las viejas recetas de flexibilización del mercado de trabajo y la mejora en la educación. Precisamente en educación McAfee sostiene que “la de calidad es cada vez más un privilegio de la clase media alta, el 20% más rico, y todos los emprendedores de la industria tecnológica proceden de ese segmento social, lo que significa un enorme despilfarro de capital humano”.
Para la crisis de la enseñanza pública, Davos aplaude el filantrocapitalismo, como el de Mark Zuckerberg (que trató de aportar parte de su dinero y sus dotes emprendedoras a las escuelas estatales de la ciudad deprimida de Newark, con resultados desastrosos). La única idea que parecía estar a la altura del reto era la creación de una renta universal mínima, como defendían Tyson y McAfee.
Desde que Mary Shelley escribiera Frankenstein, los robots han entrado en el imaginario colectivo y, últimamente, se han convertido en rivales invencibles del ser humano en el mercado de trabajo. La idea crea aún más zozobra tras la destructiva recesión. Alan Winfield, un experto en robótica de la Universidad de Bristol, afirma que se exageran las capacidades de los robots dado que “no puedes encontrar un robot que haga una tarea tan sencilla como preparar una taza de café porque no pueden funcionar en un entorno desestructurado y caótico como la vida diaria”.
En Davos, mientras los participantes contemplaban pasmados la maquina humanoide que ilustra esta página, nadie se fijaba en los camareros, jóvenes suizos e inmigrantes, con contratos temporales, que repartían los canapés circulando con destreza física y mental entre la multitud.
El foro propone más flexibilidad laboral para combatir la inevitable destrucción de empleo