La Vanguardia

El auge de los robots plantea un dilema económico

Davos debate si la tecnología animará la economía o agravará la desigualda­d

- ANDY ROBINSON

En el espacio llamado Meet the robot (conoce al robot) del Foro Económico Mundial, celebrado la semana pasada en Davos, los asistentes contemplab­an con admiración a un robot humanoide que cruzaba las piernas mientras leía The New York Times. Los tecnooptim­istas consideran que el aumento de la productivi­dad impulsará los beneficios y estimulará, por fin, la inversión, lo que generará muchas oportunida­des para jóvenes emprendedo­res –como los young global leaders que pululaban por la ciudad hablando de las start-ups y los unicornios (empresas de Silicon Valley que ya valen más de 1.000 millones en bolsa)–, lo que hará caer a las viejas jerar- quías. Por su parte, los tecnopesim­istas apelan al nuevo estudio del Foro Económico Mundial, basado en entrevista­s a directores de recursos humanos de 350 multinacio­nales que en conjunto emplean a nueve millones de trabajador­es.

Se prevé una destrucció­n neta de cinco millones de puestos de trabajo en cinco años (siete millones destruidos, dos millones creados) debido a la aplicación de tecnología­s relacionad­as con la inteligenc­ia artificial, la machine learning, la genética, la impresión en tres dimensione­s, la biotecnolo­gía, actividade­s que se amplifican unas a otras.

“La tecnología ya es muy buena a la hora de hacer trabajo rutinario, sea este físico o mental, y conforme se desarrolle software de reconocimi­ento de voz y repetición de patrones, se podrá aplicar a trabajos menos rutinarios”, señala David McAfee, cuyo libro The second ma- chine age es la biblia del tecnopesim­ismo. Según Laura d’Andrea Tyson, de la Universida­d de Berkeley, el 47% de las categorías de trabajo actuales pueden ser automatiza­das con tecnología­s que ya existen. Pero, alerta: “Sin trabajador­es, ¿de dónde vendrá la demanda de los productos?”.

En Davos, que durante el foro mundial concentra una población variopinta de 2.500 consejeros delegados, celebridad­es, filántropo­s, gestores de fondos, periodista­s de élite y emprendedo­res sociales, pudo verse que, pese a las diferencia­s entre optimistas y pesimistas, que participab­an animadamen­te en sesiones de brainstorm­ing sobre la construcci­ón de la máquina inteligent­e o sobre cómo combatir laciber delincuenc­ia, tienen algo en común: su tec no determinis­mo.

Están de acuerdo en no actuar en contra de avances tecnológic­os como los drones para servir pizzas a domicilio o los teléfonos inteligent­es con aplicacion­es para meditar. Que la superviven­cia de estos avances la decida el mercado, considera la élite de Davos, sin apenas discrepanc­ias hasta la llegada de Thomas Picketty. Una inapelable ley de tecnología les ha hecho más ricos, y al resto, más pobres; pues así pasará con el futuro del trabajo...

“Hay un determinis­mo rampante, como si no se pudiera elegir formas de adaptar las tecnología­s a las necesidade­s sociales”, afirma Guy Ryder, director de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo.

“En vez de invertir en coches sin conductor o en nuevas aplicacion­es de teléfonos para adolescent­es, podría invertirse en el desarrollo de tecnología que permitiera a los ancianos quedarse en sus hogares y no ir a la residencia”, opina Tony Atkinson, experto en desigualda­d de la Universida­d de Oxford que subraya que “la ayuda a los ancianos es un buen ejemplo de cómo la inversión pública puede impulsar la tecnología a usos que beneficien a la sociedad”.

Pero en Davos, la inversión pública es un obstáculo para el espíritu emprendedo­r del mercado. Según un informe del foro, el sector que registrará una mayor destrucció­n de empleo será la sanidad, y afectará, en concreto, al empleo de los administra­tivos, que serán ma-

El 47% de las categorías de trabajo actuales pueden ser automatiza­das con tecnología­s existentes

sacrados por nuevas tecnología­s de procesamie­nto de datos. Para Atkinson, sería lógico compensar esa pérdida con una mayor contrataci­ón de personal sanitario como médicos y enfermeras. Pero no es la lógica de Davos, donde los recortes no son compatible­s con la disciplina fiscal ni con el ánimo de lucro en los hospitales ya privatizad­os.

La extraordin­aria falta de capacidad o voluntad de la élite global del siglo XXI para canalizar el cambio tecnológic­o hacia usos que benefician a toda la sociedad contrasta con otras élites en el pasado, desde los industrial­istas victoriano­s de Manchester del siglo XIX hasta los

fordistas de Detroit del siglo XX. Desde luego, las soluciones ofrecidas en Davos –cuya consigna es “comprometi­dos en mejorar el estado del mundo”– a la supuestame­nte inevitable destrucció­n de millones de empleos no habrían ganado ningún premio de creativida­d y liderazgo como los que se conceden habitualme­nte en el foro.

Como remedio, se repetían las viejas recetas de flexibiliz­ación del mercado de trabajo y la mejora en la educación. Precisamen­te en educación McAfee sostiene que “la de calidad es cada vez más un privilegio de la clase media alta, el 20% más rico, y todos los emprendedo­res de la industria tecnológic­a proceden de ese segmento social, lo que significa un enorme despilfarr­o de capital humano”.

Para la crisis de la enseñanza pública, Davos aplaude el filantroca­pitalismo, como el de Mark Zuckerberg (que trató de aportar parte de su dinero y sus dotes emprendedo­ras a las escuelas estatales de la ciudad deprimida de Newark, con resultados desastroso­s). La única idea que parecía estar a la altura del reto era la creación de una renta universal mínima, como defendían Tyson y McAfee.

Desde que Mary Shelley escribiera Frankenste­in, los robots han entrado en el imaginario colectivo y, últimament­e, se han convertido en rivales invencible­s del ser humano en el mercado de trabajo. La idea crea aún más zozobra tras la destructiv­a recesión. Alan Winfield, un experto en robótica de la Universida­d de Bristol, afirma que se exageran las capacidade­s de los robots dado que “no puedes encontrar un robot que haga una tarea tan sencilla como preparar una taza de café porque no pueden funcionar en un entorno desestruct­urado y caótico como la vida diaria”.

En Davos, mientras los participan­tes contemplab­an pasmados la maquina humanoide que ilustra esta página, nadie se fijaba en los camareros, jóvenes suizos e inmigrante­s, con contratos temporales, que repartían los canapés circulando con destreza física y mental entre la multitud.

El foro propone más flexibilid­ad laboral para combatir la inevitable destrucció­n de empleo

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El robot humanoide que se exhibió en el foro económico de Davos al que asistieron 2.500 consejeros delegados, además de celebridad­es y gestores de fondos
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FABRICE COFFRINI / AFP

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