La fragilidad del Govern
El nuevo Govern catalán se asienta sobre bases muy frágiles. Señalaré solo tres: La primera nace del improvisado cambio de presidente, con un ex que dice que quiere volver, que vigilará el proceso, y que instala su despacho, no en un piso común, como han hecho Pujol, Maragall y Montilla, sino en una sede oficial de la Generalitat. Mala práctica. O todos o ninguno. A su vez, un presidente nuevo que declara su provisionalidad, rodeado por un vicepresidente y dos consellers que coordinan los departamentos y sus políticas. ¿Cómo de limitada quedará la capacidad de mandar del presidente Puigdemont? Ni siquiera tendrá en exclusiva el potencial mediático del cargo, porque Neus Munté continuará como portavoz. En estas condiciones la sospecha de un presidente de paja es intensa. Su sincera declaración sobre que no lo había llamado nadie de relieve para felicitarlo, abona el recelo.
Otra fragilidad surge de las draconianas condiciones pactadas con la CUP. Explicadas por Mas tenían mucho parecido con el tratado de Versalles, que puso fin a la Gran Guerra europea, y castigó a Alemania con unas exigencias tan duras que fueron el germen del nuevo conflicto: dos diputados cedidos a Junts pel Sí, la depuración de dos más, la autocrítica (una experiencia propia de los juicios de Moscú de 1937, pero insólita en democracia), más la condena al ostracismo de sus diputados, que nunca podrían alinearse con la oposición, son requisitos difíciles de soportar por la CUP. Es sorprendente que habiendo arrancado todo esto no consiguieran aquello que es fundamental para la estabilidad de cualquier go- bierno: la aprobación de los presupuestos. Muy exótico, sí.
Pero la fragilidad mayor guarda relación con el compromiso adquirido con la hoja de ruta a 18 meses, precedida por el acuerdo de iniciar la desconexión con España y desobedecer al Constitucional. Es otra exigencia que ocasionará tensión y conflicto, y requiere de un esfuerzo titánico que quiere hacerse sin mayoría electoral, con un presidente provisional, y un pacto con la CUP demasiado duro para que no explote. Y en un marco de insuficiencia económica y precedido de una gobernanza deficiente.
Uno puede ilusionarse creyendo que es un nuevo inicio. En realidad es la prolongación de la agonía de los que no quieren reconocer que los resultados del 27-S son suficientes para gobernar, pero débiles, y mucho, para plantear la independencia.