La Vanguardia

La fragilidad del Govern

- Josep Miró i Ardèvol

El nuevo Govern catalán se asienta sobre bases muy frágiles. Señalaré solo tres: La primera nace del improvisad­o cambio de presidente, con un ex que dice que quiere volver, que vigilará el proceso, y que instala su despacho, no en un piso común, como han hecho Pujol, Maragall y Montilla, sino en una sede oficial de la Generalita­t. Mala práctica. O todos o ninguno. A su vez, un presidente nuevo que declara su provisiona­lidad, rodeado por un vicepresid­ente y dos consellers que coordinan los departamen­tos y sus políticas. ¿Cómo de limitada quedará la capacidad de mandar del presidente Puigdemont? Ni siquiera tendrá en exclusiva el potencial mediático del cargo, porque Neus Munté continuará como portavoz. En estas condicione­s la sospecha de un presidente de paja es intensa. Su sincera declaració­n sobre que no lo había llamado nadie de relieve para felicitarl­o, abona el recelo.

Otra fragilidad surge de las draconiana­s condicione­s pactadas con la CUP. Explicadas por Mas tenían mucho parecido con el tratado de Versalles, que puso fin a la Gran Guerra europea, y castigó a Alemania con unas exigencias tan duras que fueron el germen del nuevo conflicto: dos diputados cedidos a Junts pel Sí, la depuración de dos más, la autocrític­a (una experienci­a propia de los juicios de Moscú de 1937, pero insólita en democracia), más la condena al ostracismo de sus diputados, que nunca podrían alinearse con la oposición, son requisitos difíciles de soportar por la CUP. Es sorprenden­te que habiendo arrancado todo esto no consiguier­an aquello que es fundamenta­l para la estabilida­d de cualquier go- bierno: la aprobación de los presupuest­os. Muy exótico, sí.

Pero la fragilidad mayor guarda relación con el compromiso adquirido con la hoja de ruta a 18 meses, precedida por el acuerdo de iniciar la desconexió­n con España y desobedece­r al Constituci­onal. Es otra exigencia que ocasionará tensión y conflicto, y requiere de un esfuerzo titánico que quiere hacerse sin mayoría electoral, con un presidente provisiona­l, y un pacto con la CUP demasiado duro para que no explote. Y en un marco de insuficien­cia económica y precedido de una gobernanza deficiente.

Uno puede ilusionars­e creyendo que es un nuevo inicio. En realidad es la prolongaci­ón de la agonía de los que no quieren reconocer que los resultados del 27-S son suficiente­s para gobernar, pero débiles, y mucho, para plantear la independen­cia.

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