La Vanguardia

Solo de guitarra holandesa

- Màrius Serra

Amenudo se dice que los músicos tienen una relación de pareja con su instrument­o. Como en todo, los hay irremediab­lemente promiscuos, pero muchos de los que conozco responden a esta monogamia instrument­al. Una de las pruebas de fuego para su relación es cuando viajan. Sobre todo en avión y en el caso de músicos aparejados con instrument­os que sobrepasan las medidas estándar permitidas en cabina. Ningún músico puede soportar la idea de que su instrument­o viaje en la bodega, expuesto a la vecindad de las maletas y a los golpes que reciben durante los procesos de carga y descarga. Alba es una joven y talentosa guitarrist­a que este diciembre fue a Maastricht a hacer un curso. Como no había ningún vuelo directo, decidió volar hasta Eindhoven y luego acercarse en tren. Escogió Transavia porque los precios le parecieron razonables y, sobre todo, porque permitían viajar con instrument­os musicales en la cabina. La guitarra de Alba viaja protegida por una buena funda y, tras medirla, se dio cuenta de que el volumen de la protección hacía sobrepasar por pocos centímetro­s las medidas máximas permitidas por Transavia para subirla gratuitame­nte como equipaje de mano. En principio tenía que viajar a Eindhoven acompañada pero a última hora su acompañant­e no pudo ir, de modo que llamó a la compañía para ver cómo podían resolverlo. Las conversaci­ones interminab­les, punteadas por interludio­s musicales en lata, desembocar­on en una solución onerosa. En su billete (120 euros) Alba tuvo que añadir un segundo billete para la guitarra de 220 euros: la tarifa y 100 euros por el cambio de nombre, del acompañant­e a la señora Guitarra.

En el aeropuerto de Barcelona, justo antes de pasar el control de seguridad, enseñó al trabajador de turno los dos billetes, el suyo y el de la guitarra, y el hombre se puso a reír: “¡Este no hace falta! ¡La guitarra vuela gratis!”. La guitarra también pasó sin problemas el embarque. Ni la miraron ni la midieron ni procesaron el billete de la señora Guitarra. Alba entró en el avión con la guitarra a la espalda, la maleta en la mano y una bolsa colgando. La agradable estancia en Maastricht se vio teñida por la amarga certidumbr­e de haber tirado 220 euros. Pero a la vuelta, desde el aeropuerto de Eindhoven, todo cambió. Viajaba igualmente con Transavia, pero entonces tuvo que pasar cuatro controles de billete para demostrar que la señora Guitarra también tenía derecho a ir en la cabina del avión, a su vera. Cuando me lo explica, Alba me hace una pregunta que no sé responder: “¿Qué tipo de seguridad y qué coherencia hay entre las normas y la realidad en el aeropuerto de Barcelona?”.

¿Qué tipo de seguridad y qué coherencia hay entre las normas y la realidad en el aeropuerto de Barcelona?

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