Solo de guitarra holandesa
Amenudo se dice que los músicos tienen una relación de pareja con su instrumento. Como en todo, los hay irremediablemente promiscuos, pero muchos de los que conozco responden a esta monogamia instrumental. Una de las pruebas de fuego para su relación es cuando viajan. Sobre todo en avión y en el caso de músicos aparejados con instrumentos que sobrepasan las medidas estándar permitidas en cabina. Ningún músico puede soportar la idea de que su instrumento viaje en la bodega, expuesto a la vecindad de las maletas y a los golpes que reciben durante los procesos de carga y descarga. Alba es una joven y talentosa guitarrista que este diciembre fue a Maastricht a hacer un curso. Como no había ningún vuelo directo, decidió volar hasta Eindhoven y luego acercarse en tren. Escogió Transavia porque los precios le parecieron razonables y, sobre todo, porque permitían viajar con instrumentos musicales en la cabina. La guitarra de Alba viaja protegida por una buena funda y, tras medirla, se dio cuenta de que el volumen de la protección hacía sobrepasar por pocos centímetros las medidas máximas permitidas por Transavia para subirla gratuitamente como equipaje de mano. En principio tenía que viajar a Eindhoven acompañada pero a última hora su acompañante no pudo ir, de modo que llamó a la compañía para ver cómo podían resolverlo. Las conversaciones interminables, punteadas por interludios musicales en lata, desembocaron en una solución onerosa. En su billete (120 euros) Alba tuvo que añadir un segundo billete para la guitarra de 220 euros: la tarifa y 100 euros por el cambio de nombre, del acompañante a la señora Guitarra.
En el aeropuerto de Barcelona, justo antes de pasar el control de seguridad, enseñó al trabajador de turno los dos billetes, el suyo y el de la guitarra, y el hombre se puso a reír: “¡Este no hace falta! ¡La guitarra vuela gratis!”. La guitarra también pasó sin problemas el embarque. Ni la miraron ni la midieron ni procesaron el billete de la señora Guitarra. Alba entró en el avión con la guitarra a la espalda, la maleta en la mano y una bolsa colgando. La agradable estancia en Maastricht se vio teñida por la amarga certidumbre de haber tirado 220 euros. Pero a la vuelta, desde el aeropuerto de Eindhoven, todo cambió. Viajaba igualmente con Transavia, pero entonces tuvo que pasar cuatro controles de billete para demostrar que la señora Guitarra también tenía derecho a ir en la cabina del avión, a su vera. Cuando me lo explica, Alba me hace una pregunta que no sé responder: “¿Qué tipo de seguridad y qué coherencia hay entre las normas y la realidad en el aeropuerto de Barcelona?”.
¿Qué tipo de seguridad y qué coherencia hay entre las normas y la realidad en el aeropuerto de Barcelona?