La Vanguardia

Integrador de Cachemira

MUFTÍ MOHAMED SAYID (1936-2016)

- JORDI JOAN BAÑOS

Qué sucede cuando una organizaci­ón armada secuestra a la mismísima hija del ministro del Interior? Lo han adivinado: Las exigencias fueron atendidas y la joven Rubaiya pudo volver a casa, previa liberación de cinco activistas cachemires. Corría 1989 y el hombre que tuvo que afrontar el papelón fue Muftí Mohamed Sayid, a los pocos días de convertirs­e en el primer y hasta ahora único titular de Interior indio de religión musulmana. A cualquier otro podría haberle costado su carrera política, pero no al camaleónic­o Sayid, que para entonces ya había militado en cuatro partidos distintos, siempre con la fijación –también cara a Nueva Delhi– de diluir la hegemonía en Cachemira de la familia Abdulah: primeramen­te del irreductib­le jeque Abdulah –encarcelad­o durante años por Nehru por exigir el referéndum prometido y aún pendiente– y luego de sus mucho más acomodatic­ios Faruq Abdulah (hijo) y Omar Abdulah (nieto).

La meta última de Sayid, la jefatura de gobierno del Estado de Jammu y Cachemira, sólo se haría realidad en el 2002 –y de nuevo en el 2015– tras impulsar su propio partido con su hija mayor y heredera política, Mehbuba Mufti. No es de extrañar que al People’s Democratic Party (PDP), también se le llame el Papa-Daughter Party (el Partido Padre-Hija).

Artista de las componenda­s políticas durante más de medio siglo, ha muerto este enero con las botas puestas tras contraer una pulmonía al visitar varias obras públicas con temperatur­as bajo cero en Srinagar, la capital de verano del estado indio disputado por Pakistán.

Sayid nació en el distrito de Anantnag, en el sur del valle de Cachemira, en una familia de ascendente religioso. Su padre era un pir o letrado sufí. Aprendió árabe, estudió derecho –de ahí lo de muftí– y ejerció como abogado antes de pasar a la política, primero en una escisión del partido del jeque Abdulah y luego en el propio partido de este, la Conferenci­a Nacional. Años más tarde se convirtió en el hombre fuerte del Partido del Congreso, que le debe su implantaci­ón en todo el valle, donde se decía que conocía cada aldea y cada casa. Con Indira Gandhi fue ministro sin cartera y con su hijo, Rajiv Gandhi, ministro de Turismo y Aviación.

A cambio de su cartera en Nueva Delhi, aceptó participar en el pucherazo de 1986 en Cachemira, en el que el Partido del Congreso y la Conferenci­a Nacional se repartiero­n la parte del león –reservando la jefatura de gobierno para Faruq Abdulah–, privando de la victoria a las fuerzas abiertamen­te independen­tistas, que desde entonces han boicoteado las elecciones. El fraude fue uno de los motivos de la escalada armada, que desde

Jefe de Gobierno de Cachemira

entonces se ha cobrado más de 44.000 muertos, aunque su intensidad haya ido disminuyen­do gradualmen­te, después de tocar techo en el 2001.

Sin embargo, cuando una coalición alrededor del Jan Morcha le arrebató el poder al Partido del Congreso, en 1989, volvió a cambiar de camisa para ser ministro del Interior. Su condición de cachemir sirvió de cobertura para instaurar la infame Special Powers Act, gracias a la cual las fuerzas de seguridad del estado sólo se rinden cuentas a sí mismas en Cachemira por sus exacciones.

Pese haber sido durante mucho tiempo un hombre de Nueva Delhi, “laico e indio por convicción”, en su último avatar en el PDP, Sayid creó áreas de complicida­d con los soberanist­as, con la palabra autogobier­no como fetiche. Su hija Mehbuba se ganó a pulso el mote de plañide- ra, por visitar a las familias de insurgente­s abatidos para llorar “con sus esposas e hijas que no tienen culpa alguna”. En el 2002 logró más escaños que nadie y pactó dividirse con el Partido del Congreso la legislatur­a, que en Cachemira debería durar seis años, aunque raramente es así por la intromisió­n del centro a través del gobernador. Sayid tuvo el acierto de integrar en la policía de Cachemira al infame grupo especial de operacione­s. Pero también el dudoso gusto de mudarse al que había sido Papa-2, uno de los centros de tortura más conocidos de los años de plomo. Actualment­e, su hija ocupa dicha mansión, a orillas del maravillos­o lago Dal de Srinagar.

Sus tres años de mandato dejaron buen recuerdo, aunque segurament­e le debieran bastante a la distensión propiciada desde Pakistán por el general Musharraf. En cualquier caso, Sayid tuvo el coraje de invitar y ceder la palabra en Srinagar al primer ministro indio, algo que no ocurría desde hacía veinte años. Y sobre todo, insistió en restañar las heridas con contacto humano y mejora de las comunicaci­ones, aprovechan­do la oportunida­d para lanzar un autobús entre Srinagar y Muzzafarna­gar –en la Cachemira ocupada por Pakistán– que aún existe. Su sueño era aumentar los intercambi­os hasta que la línea de control terminara siendo irrelevant­e. Y de paso, llenar Cachemira de campos de golf, su mayor afición después del bridge.

Cuando ya se le daba por políticame­nte muerto, hace un año el PDP volvió a ser el partido con más escaños, seguido de cerca por el BJP de Narendra Modi. Los resultados mostraron la flagrante división entre el valle –aplastante­mente musulmán y de lengua cachemir, donde el PDP cosechó sus actas– y Jammu, mayoritari­amente hindú, donde el BJP obtuvo las suyas. Sayid justificó el encaje de bolillos entre ambas fuerzas para evitar la disgregaci­ón de Jammu y Cachemira. Desde entonces, sin embargo, las fricciones han ido en aumento, con los tribunales en Jammu intentando prohibir el sacrificio y consumo de ternera en todo el Estado. O con los ministros del BJP negándose a exhibir otra bandera que la india, a pesar de que Cachemira es el único estado de la Unión que cuenta también con bandera propia. Tras su muerte, en un hospital de Nueva Delhi, pocos días antes de cumplir los ochenta, se espera que su hija Mehbuba, divorciada y madre de tres hijas, se convierta en la primera jefa de gobierno de la disputada, bella, violenta y patriarcal Cachemira, donde en lugar de una dinastía, ahora hay dos.

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