Referéndum en la Diagonal
Cuántas veces hemos visto una misma acera abierta en canal varias veces en muy poco tiempo para instalar ora una tubería de gas, ora una canalización de agua, ora la fibra óptica? ¿Y cuántas veces nos hemos preguntado si es posible poner de acuerdo a las compañías para que realicen todos esos trabajos abriendo la zanja una sola vez?
La política también tiene una larga experiencia en esta práctica ineficaz, absurda y costosa. En este sentido, se ha encendido la alarma en los últimos días respecto a dos puntos neurálgicos de Barcelona: la avenida Diagonal y la plaza de las Glòries. El gobierno municipal ha anunciado su intención de unir los dos tranvías de la Diagonal, una avenida que acaba de estrenar su nueva urbanización tras pesados meses de obras. La amenaza de ver de nuevo la piqueta ha puesto los pelos de punta a los comercios que pasaron un calvario durante la larga ejecución del proyecto. Vecinos y comerciantes se hacen la pregunta que mencionaba antes: ¿no se podía haber planteado antes de las obras?
La respuesta es afirmativa. Pero la política tiene sus ritmos y sus decisiones, por muy incomprensibles que parezcan. Legítimamente, el gobierno de Barcelona puede impulsar la unión de los tranvías, pero haría bien en conseguir un amplio consenso antes de llevarla a cabo. No sólo debe convencer al máximo número de grupos del Consistorio, sino también a vecinos y comer-
La unión del tranvía debe ser votada por los vecinos con una pregunta clara, y no sirve la consulta de Hereu del 2010
ciantes. Sin ese consenso, corremos el riesgo de que un futuro gobierno de distinto color político se plantee una nueva reforma. Por eso, coincido con la síndica de Barcelona en que este asunto debería resolverse con un referéndum que pregunte con claridad si hay que hacer o no la conexión del tranvía. El gobierno de Colau ha hecho bandera de la participación y, por tanto, esa consulta encajaría en su ideario. En cambio, la oposición recuerda que ya hubo un referéndum en el 2010 donde el 80% rechazó las propuestas de reforma planteadas. Pero aquel resultado, que costó la alcaldía a Jordi Hereu, no es válido ahora porque la consulta se convirtió en un voto de castigo al alcalde más que en un debate sobre el proyecto y menos sobre la unión del tranvía.
Lo mismo sucede con la obra de remodelación de la plaza de las Glòries. El desaparecido tambor elevado se construyó en 1992 y seis años después ya se pedía su demolición. El derribo llegó veinte años más tarde, pero dos décadas es un tiempo de vida muy corto para una infraestructura que tuvo un coste multimillonario. Ahora se está abordando la obra para soterrar el tráfico bajo la plaza y el gobierno local duda sobre si ejecutar el túnel tal y como se había planificado con amplio consenso. Nuevamente, una decisión de ese calado necesita de un apoyo político y vecinal para evitar una chapuza.
La alternancia política en los gobiernos es positiva y saludable, pero no debe comportar un incremento de los problemas para la ciudadanía. Los grandes proyectos requieren grandes consensos para que sean respetados de un mandato a otro. Y esto es aplicable, sobre todo, para gobiernos en minoría como el de Barcelona.