Nos sobran los complejos
El pasado mes de enero el prestigioso banco americano JPMorgan organizó en San Francisco su anual JPMorgan Healthcare Conference. El centro de la ciudad, donde tienen su sede compañías como Twitter, Uber, Dropbox y Fitbit, y donde suelen reinar los jerséis con capucha, las camisetas y las zapatillas deportivas, se vio inundado durante cuatro días por altos ejecutivos de traje y corbata. Los titulares de los periódicos (on line) aseguraban que San Francisco se convertía en el centro del universo de la industria farmacéutica y biotecnológica.
En esta ocasión Barcelona estuvo representada por algunas de las empresas farmacéuticas tradicionales como Almirall e Isdin, por el fondo de inversión en biotecnología de referencia en el sur de Europa, Ysios Capital y por numerosas start-ups, como Bionure y Medtep. Esta última, liderada por Pablo Pantaleoni, emprendedor barcelonés afincado en San Francisco que este año ha sido escogido entre las 30 personas de menos de 30 años de referencia en el mundo de la salud por la revista Forbes.
La amplia representación de empresas barcelonesas en esta edición, a buen seguro la mayor de la historia de la conferencia, refleja el momento dulce que vive la ciudad en cuanto a innovación, crecimiento y oportu- nidades de expansión internacional. Gracias principalmente a la iniciativa privada y sin hacer mucho ruido, en Barcelona están surgiendo multitud de empresas farmacéuticas y biotecnológicas de éxito, algo que también sucede en el campo de las nuevas tecnologías. Sin em- bargo, este tipo de iniciativas son todavía minoritarias. Barcelona continúa teniendo dificultades para posicionarse como un referente internacional en estas industrias y está lejos de parecerse a ciudades como San Francisco.
Teniendo en cuenta los vientos que soplan a favor de nuestra ciudad, y su evidente atractivo en lo que a calidad de vida se refiere, cabe preguntarse por qué resulta tan difícil replicar el éxito y posicionar a Barcelona donde pensamos que se merece estar. Desde la perspectiva americana, nos sobran los complejos.
Lo primero es creernos que Barcelona puede convertirse en una de las mejores ciudades del mundo para atraer talento y desarrollar actividad económica. Para ello debemos convencernos de que el éxito o el fracaso de esta iniciativa depende sólo de nosotros, los políticos, empresarios y trabajadores que formamos parte de Barcelona. Debemos aprender a trabajar mejor en equipo, a compartir el crédito de los éxitos y a responsabilizarnos de los fracasos, que como en Estados Unidos deberían ser un síntoma de lecciones aprendidas. Barcelona necesita que sus empresarios y emprendedores continúen construyendo un tejido empresarial potente, basado en crear acuerdos de colaboración, en abrir las puertas de la ciudad a desconocidos y en compartir nuestro conocimiento. Sólo así conseguiremos mantener y atraer el talento y el capital necesarios para elevar Barcelona al nivel de San Francisco.
Gracias a la iniciativa privada en Barcelona surgen multitud de empresas de éxito