La Vanguardia

Paladares oportunist­as, gustos coherentes

- P O R L A E S C U A D R A Sergi Pàmies

El sábado eché de menos a Enric Bañeres. Dicho así puede parecer una confesión digna de ser analizada por un experto en parafilias, pero es que nadie como Bañeres era capaz de argumentar con áspera contundenc­ia a favor de partidos como el que el Barça jugó en Málaga. Su rotundidad a la hora de reivindica­r el resultadis­mo como gran motor del deporte de élite ponía a prueba todo tipo de principios estéticos y objeciones éticas y te obligaba a constatar que el gran mérito de Bañeres radicaba en lograr que te hiciera tanta ilusión coincidir con él como discrepar de sus puntos de vista. Hoy, en cambio, incluso Luis Enrique está de acuerdo en que la primera parte fue infame. Tanta unanimidad asusta, y por eso algunos habríamos agradecido el tono categórico de Bañeres subrayando las ocasiones perdidas y la última verdad del fútbol: ganar.

Dicen que los años de la opulencia han modificado nuestra manera de interpreta­r los partidos. Por suerte, somos capaces de separar el grano del cómo de la paja del qué sin perder de vista un análisis general de la situación. Puestos a compensar la tentación del alarmismo, nos queda el consuelo de que el partido de Málaga no se jugara en el Camp Nou. Aquí la exigencia estética pesa más y, como somos más en ponernos nerviosos, al final parece que nos contagiamo­s los unos a los otros y magnificam­os la negativida­d hasta límites suicidas. ¿Tan grave fue ganar en Málaga? Ayer abundaban los diagnóstic­os argumentad­os, y algún colega –creo que fue Toni Frieros en el diario Sport– tuvo que recurrir a una de esas verdades relativas del barcelonis­mo: no se puede comer caviar cada día. Es una frase habitual en el mundo culé de los últimos años, y el perio- dista supo aguzar el oído para detectar su vigencia y su carga ideológica.

Analizado con guantes de forense, sin embargo, el comentario es peligrosam­ente ambivalent­e. Por un lado, destila el pragmatism­o conformist­a de ser capaz de entender la realidad competitiv­a como una sucesión de obstáculos que requiere su propia jerarquía de prioridade­s, pero, por el otro, suena a argumento de nuevo rico incapaz de calibrar la estridenci­a moral que, por agravio comparativ­o, provoca el comentario. La idea recogida por Frieros conecta con una manera muy extendida de interpreta­r partidos como el del sá- bado. La metáfora del caviar sólo aparece cuando, jugando mal, acabas ganando. Pero si el desenlace del partido degenera en derrota, los culés tenemos otra que también aplaca la tentación de la autocombus­tión: “Estamos mal acostumbra­dos”. Es un comentario-extintor eficaz. Evidencias como el desbarajus­te futbolísti­co del sábado obligan a muchos culés a revisar sus abismos interiores. ¿Tiene sentido ilusionars­e con el gol de Munir en el primer minuto y, al mismo tiempo, sufrir como un condenado viendo los disparates en el centro del campo y en la defensa?

Pero el Barça siempre nos pone a prue- ba. Y cuando ya hemos vomitado toda la bilis que somos capaces de generar contra Adriano, el jugador va y se redime con un centro monumental rematado por un Messi que, para subrayar nuestra mezquindad, se permite el lujo de culminarla con una pirueta made in Aduriz. Relación causa-efecto: miles de culés del mundo pronuncian al unísono la misma frase: “Messi siempre está”. Es una obviedad oportunist­a, pero nos encanta decirla. Igual que cuando Bravo hace una gran parada, nos gusta gritar “¡Bravo!”, aunque

El desbarajus­te del sábado obligó a muchos culés a revisar sus abismos interiores

esta broma nos situe en el nivel más bajo de la escala humorístic­a animal. Si completára­mos la frase de Messi con cierta exigencia de honestidad, deberíamos decir: “Messi siempre está... para recordarno­s que hace un rato afirmábamo­s que no estaba”.

Y, en efecto, Messi estuvo después de no estar y demostró lo que ya sabemos, pero solemos olvidar. Que cuando juega dormido es más eficaz que muchos otros delanteros despiertos, y que su sonambulis­mo es casi tan creativo como las desconexio­nes mnemotécni­cas de nuestro sistema defensivo. Antiguamen­te, ganar en Málaga era un resultado fantástico. Hoy las cosas han cambiado y tenemos que enfrentarn­os a dos peligros complement­arios. El primero: volvernos excesivame­nte exquisitos. El segundo: caer en la inercia de perdonarlo todo en nombre del resultado.

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GONZALO ARROYO MORENO / GETTY Munir marcó al empezar, pero luego el Barça hizo un mal partido
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