El Rey y la declinación
Cunde el desconcierto generado por la falta de costumbre. Entre las diez funciones que el artículo 62 de la Constitución atribuye al Rey figura la de proponer el candidato a presidente del Gobierno y, en su caso, nombrarlo. En cuanto a la manera de proceder todo se remite al artículo 99, cuyo apartado primero preceptúa que el Rey, “previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del presidente del Congreso, propondrá un candidato a la presidencia del Gobierno”. Enseguida, a tenor del apartado segundo del mencionado artículo 99, el candidato así propuesto “expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara”.
Hasta aquí el guión, vulnerado por una dosificación equivocada entre lo que se espera y lo inesperado, definidora de uno de los ejes básicos de cualquier narración, según sostiene Manuel Gutiérrez Aragón en su discurso de ingreso como miembro de la Real Academia Española, leído el domingo 24. El PP se instalaba en la sospecha inicial sobre el comportamiento del Rey dispuesto a exigir en cualquier caso que las propuestas de Su Majestad siguieran el orden decreciente de escaños obtenidos, para garantizarse que el primer candidato propuesto fuera el del PP. Estos rigurosos vigilantes sostenían que les era debida esa primera propuesta, sin que la prueba fehaciente de la imposibilidad aritmética –que su candidato careciera de los votos favorables y de las abstenciones de acompañamiento necesarias o que contara en su contra, atados y bien atados, una suma de votos infranqueables– pudiera autorizar al Rey para proponer otro candidato.
Pero, si al final iba a declinar el encargo, ¿por qué el afán irrenunciable de exigirlo? ¿A qué espera Mariano Rajoy –que es presidente del Gobierno en funciones y candidato del PP a la presidencia– para explicar esa declinación fulminante en cuanto el Rey le hizo el encargo de que procediera a exponer el programa y se sometiera al debate de investidura? ¿Qué sentido tiene la gallegada infame de confirmar su declinación con el añadido de que no renuncia a nada? ¿De verdad tiene sentido que Rajoy quiera reservarse para una segunda oportunidad? ¿A qué espera para sacar el billete a Santa Pola?