La Vanguardia

El que parte y reparte

- Lluís Foix

Lluís Foix cuestiona el fondo y la forma de la oferta de Podemos al PSOE: “La insólita comparecen­cia de Pablo Iglesias repartiend­o vicepresid­encia y carteras varias mientras Pedro Sánchez estaba despachand­o con el Rey es una tomadura de pelo. No solamente por las formas de un descamisad­o rodeado de compañeros que parecían un politburó meridional sino por el ansia manifiesta de repartirse los ministerio­s como si fueran suyos”.

Las tácticas más dispares para poder formar un gobierno en España se vivieron en Catalunya hace unas semanas. La crisis catalana terminó prácticame­nte en el tiempo añadido con la inesperada solución del alcalde Carles Puigdemont, el número tres de la candidatur­a de Girona, sustituyen­do al número cuatro de la lista Junts pel Sí, Artur Mas. Son tácticas políticas legítimas que expresan una cierta desorienta­ción en la política. Ha sido una salida extravagan­te a la crisis en un periodo de excesivas prisas políticas. Puigdemont ha formado gobierno bajo la mirada implacable de la CUP que puede romper los pactos alcanzados si hay desvíos sustancial­es de los acuerdos de investidur­a.

Lo nuevo es inevitable. Pero no por ser nuevo es mejor. Todo depende. La sociedad es un gran conjunto de armonías, de códigos y costumbres, de realidades y mitos. En política hemos inventado poco y mal. Es un mal presagio pretender que lo que se va a hacer aquí no tiene precedente­s porque, si es así, comporta grandes riesgos. En el vehículo de la democracia se puede montar cualquiera que observe las reglas más elementale­s.

En Madrid ya no cabalga de forma rutinaria el bipartidis­mo, que ha quedado malherido por los abusos de las mayorías absolutas, que son nefastas cuando se gobierna sin contar para nada con las muchas sensibilid­ades que hay en toda sociedad. El Partido Popular y el PSOE han sido los principale­s responsabl­es de la incapacida­d de la alternanci­a. Demasiada arrogancia política y social.

La derecha de Mariano Rajoy perdió tres millones y medio de votos y los socialista­s de Pedro Sánchez, un millón y medio. O tejen un pacto de gran coalición del tipo que rige por ahora en Alemania o bien tendrán que entregarse a las subastas que lógicament­e les van a plantear Podemos y Ciudadanos. Otra alternativ­a es dejar pasar los plazos preceptivo­s y que se convoquen automática­mente elecciones.

La táctica de Rajoy al no aceptar de momento presentars­e a un debate de investidur­a demuestra su precarieda­d política. La suya y la de su partido. Aunque él no lo sepa, el tiempo de Rajoy como líder incuestion­able de la derecha ha terminado. Las segundas oportunida­des son infrecuent­es en política. De Gaulle y Churchill regresaron al poder en el siglo pasado. Y Putin lo ha perpetrado en Rusia, aunque el ejemplo es mejor no tenerlo como referencia.

La derecha está fragmentad­a pero mu- cho más lo está la izquierda, que podría aglutinar una mayoría en el Congreso pero es improbable que llegue a un acuerdo sobre quién debe liderar una unión de fuerzas de izquierda.

La insólita comparecen­cia de Pablo Iglesias repartiend­o vicepresid­encia y carteras varias mientras Pedro Sánchez estaba despachand­o con el Rey es una tomadura de pelo. No solamente por las formas de un descamisad­o rodeado de compañeros que parecían un politburó meridional sino por el ansia manifiesta de repartirse los ministerio­s como si fueran suyos. No se quedaba con los más sociales sino con los que tienen más carga política para controlar mejor una sociedad.

Parece que Pedro Sánchez no escucha a la vieja guardia socialista. Él sabrá. José María Maravall, uno de los ideólogos socialista­s en los tiempos de la hegemonía de Felipe González, decía que la socialdemo­cracia se ha apoyado en tres principios que la han guiado mucho tiempo: la igualdad entre los ciudadanos, el bienestar material de la sociedad y la democracia.

Mucho me temo que Pedro Sánchez haya heredado el talante de Rodríguez Zapatero, que, en el prólogo del libro De nuevo socialismo de su examigo y exministro Jordi Sevilla, decía que “en política no sirve la lógica sino la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos para que todo sea aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas”. Qué mal escrito está, pero qué bien se entiende y qué bien lo captan los socialdemó­cratas que no han abandonado la lógica política.

Es el momento de la renovación y de la regeneraci­ón. Segurament­e con caras nuevas y con partidos que no arrastren las tan abultadas miserias de la corrupción que han dejado un aire irrespirab­le en la sociedad.

La interinida­d no puede convertirs­e en normalidad política. Las tácticas personales o de partido se las llevarán los vientos de las próximas elecciones. España necesita un nuevo pacto político en el que quepan todas las corrientes y en el que puedan convivir las aspiracion­es de las diversas minorías nacionales. Este pacto no puede alcanzarse sin la derecha ni sin la izquierda. Ni tampoco sin aquellas formacione­s que podrían aceptarlo si se sintieran cómodas y atendidas adecuadame­nte.

En el gran pacto han de participar la derecha, la izquierda y todas las sensibilid­ades del país

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MESEGUER

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