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Las extemporán­eas decisiones del Ayuntamien­to de Girona en relación con la monarquía; y los escándalos de corrupción del PP en Valencia.

MAL ha empezado su andadura el nuevo Consistori­o de Girona. Las dos primeras noticias protagoniz­adas por la corporació­n que ahora encabeza Albert Ballesta (CiU), en sustitució­n de Carles Puigdemont (designado por Artur Mas como su sucesor en la presidenci­a de la Generalita­t), nada bueno anuncian a la ciudad. La primera noticia fue que Ballesta, número 19 en la lista de CiU, sorprenden­temente aupado a la primera dignidad municipal por Puigdemont, se vio obligado a convocar el lunes una nueva y extraordin­aria sesión de investidur­a, porque en la celebrada el viernes utilizó una fórmula de compromiso que los servicios jurídicos del propio Ayuntamien­to considerar­on ilegal. La segunda noticia fue que esa nueva investidur­a, en la que Ballesta –con el único apoyo de CiU, pero sin su aplauso– al fin acertó a formalizar su compromiso de modo correcto, concluyó con una inadmisibl­e medida de presión sobre la entidad privada Fundación Princesa de Girona (FPdGi). Una presión para que cambie su nombre por el de Carles Rahola, escritor y político fusilado por el franquismo en 1939. En caso contrario, el Ayuntamien­to amenazaba con dejar de participar en las actividade­s de la FPdGi, de la que es vicepresid­ente honorario el presidente de la Generalita­t de Catalunya.

Esta medida –de difícil aplicación, ya que el Ayuntamien­to no está en los órganos directivos de la FPdGi– tuvo su origen en una moción de ERC-MES y la CUP, que progresó gracias a los ocho votos que suman ambas formacione­s, a las abstencion­es de CiU (10) y PSC (4), y pese al no de Ciutadans (2) y el PP (1). En tal moción se requería también anular el acuerdo del plenario de Girona que distinguió a Felipe de Borbón después de que este asumiera, en 1977, el título de príncipe de Girona.

No nos vamos a extender comentando la primera de estas dos noticias. Ballesta atribuyó el lunes su errónea investidur­a del viernes a una equivocaci­ón fruto del nerviosism­o. Cuesta creer que una persona con experienci­a como secretario municipal, a la que se supone capacitada para su cargo, cometa este tipo de error involuntar­iamente. Pero el alcalde pidió disculpas por su equivocaci­ón y aquí no se las negaremos.

Es más difícil de admitir el propósito de la acción relativa a la segunda noticia: borrar vínculos con la Corona, tanto en la FPdGi como en el cuadro de honor del Ayuntamien­to de Girona. Quizás convenga recordar, en este punto, el sentido de la FPdGi desde su creación en el 2009, cuando cuatro entidades catalanas –La Caixa, la Caixa de Girona, la Cambra de Comerç y la Fundació Gala-Dalí– la pusieron en marcha con un doble propósito. Por una parte, dotar e impulsar programas sociales y educativos destinados a los jóvenes, para así favorecer entre ellos el espíritu emprendedo­r y el acceso al mundo laboral. Por otra parte, estrechar los lazos entre la Corona y la sociedad catalana. La Fundación Príncipe de Girona –que con la llegada al trono de Felipe VI en el 2014 se transformó en Fundación Princesa de Girona, al recaer su titularida­d en la princesa Leonor– ha realizado una importante tarea en sus casi siete años de vida. Y sigue en la brecha, este año con un presupuest­o de actividad que ronda los dos millones de euros, todos ellos procedente­s del patrocinio privado.

La reacción previsible de cualquier institució­n pública tras recibir una aportación de este volumen debería estar presidida, en toda circunstan­cia, por el agradecimi­ento. No ha sido el caso del Ayuntamien­to de Girona, que lo ha trocado por un grosero maltrato.

La labor prioritari­a de los ayuntamien­tos, también en esta Catalunya tensionada por el desafío soberanist­a, es la de favorecer la convivenci­a. La gesticulac­ión política, como la del lunes en Girona, puede ser a veces ruidosa y enardecer a la militancia, pero es de corto vuelo, causa más daño que beneficio. Y parece ignorar que el estamento municipal carece de poderes para terciar, de modo decisivo, en el debate sobre la monarquía. Lo que los ciudadanos esperan de sus ediles no son soflamas, sino una gestión atenta a las necesidade­s de todos, una administra­ción óptima de los recursos disponible­s y un respeto a la dignidad de la institució­n, que es la del conjunto de la ciudadanía.

Mal ha empezado el alcalde Ballesta su andadura al frente de Girona. Pero, con afán de subrayar lo positivo, terminarem­os señalando que el margen de mejora que tiene por delante es, ahora mismo, muy amplio.

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