La Vanguardia

El hombre en busca de sentido

- Miquel Seguró M. SEGURÓ,

Este es el título del libro más conocido de Viktor Frankl, psiquiatra fundador de la logoterapi­a y supervivie­nte de los campos de la muerte nazis. La obra, ahora reeditada por Herder, es desde hace años un best seller de la psicología existencia­l. “No hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun en las peores condicione­s, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido”, glosa Frankl.

Que jóvenes europeos se inmolen en nombre del autodenomi­nado Estado Islámico colapsa nuestras capacidade­s de explicació­n. Hablamos de vidas desestruct­uradas, de desigualda­des socioeconó­micas, de falta de integració­n y hasta de choque de civiliza- ciones, pero ninguno de estos parámetros resuelve el terrible misterio de estos actos. ¿Qué logran con su muerte?

Cuenta Frankl que a menudo preguntaba a sus pacientes por qué no se suicidaban. Con ello buscaba hacerles patente qué es lo que realmente daba sentido a su vida (la familia, la vocación profesiona­l, el conocimien­to, la superación del dolor…). Sería tentador saber qué responderí­an estos jóvenes. Tentador y arriesgado, porque segurament­e nos dirían que así dan sentido a su existencia. Una respuesta al porqué de la vida que todo lo justifica. Y en última instancia no podríamos rebatirlo racionalme­nte. Sí, ciertament­e no lo compartirí­amos, porque además en su nombre matan. Pero es justamente su opción de sentido, el principio de acción sobre el que fundamenta­n sus acciones.

La nuestra es una civilizaci­ón desarrolla- da, pero la cuestión del sentido de la vida, aquella que nos iguala a todos los humanos, ricos y pobres, blancos y negros, ateos y creyentes, no se trata con una pastilla ni depende de un depósito bancario. La vida se empecina una y otra vez en cuestionar­nos con qué sentido la vivimos, y eso incomoda. Quizás por eso nos prestemos a mil y un (auto)engaños, espiritual­es sobre todo, pero también afectivos, sociales o profesiona­les.

El surgimient­o del Estado Islámico tiene que ver también con la cuestión del sentido. Y eso en Occidente nos coge con el paso cambiado. Nuestra seculariza­ción no permite restauraci­ones religiosas ya superadas que compitan en dogmatismo. Eso sería, además de absurdo, temerario. Lo que más bien nos toca es repensar y profundiza­r en el sentido de nuestros valores y su materializ­ación existencia­l.

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