Carmencita y la vaquilla
ADios gracias, el jefe de prensa del reputado penal de Huntsville (Texas) no pudo ofrecerme uno de los asientos reservados a los medios para asistir la tarde del 1 de noviembre del 2000 a la ejecución de un tal Jeffrey Dillingham. Eso sí, me facilitó todos los datos solicitados.
–¿Cuánto cuesta al contribuyente la inyección letal? –86,08 dólares. Un precio razonable. Supuse que pediría faisán, langosta de Maine o, quizás, caviar para su última comida –le ejecutaron a eso de las seis de la tarde, lloviznaba–, pero el muy desgraciado se puso las botas: “Cheese burger, patatas fritas, un bol de macarrones, lasaña, dos rebanadas de pan de ajo, cinco huevos revueltos y ocho pintas de batido de chocolate”.
–Hay un límite presupuestario. No es cierto que puedan comer lo que quieren. –¿Y si pide fumarse un pitillo? –Las normas del penal lo prohíben. Tengo la conversación grabada en el disco duro. Pese al atracón, Dillingham dio poca guerra y expiró en 21 minutos, según la nota de prensa.
Ustedes, por mayoría, están en con-
Al taurino, como al pobre Dillingham, ya se le niega la gracia de fumar un pitillo antes de la ejecución
tra de las corridas de toros. Yo les entiendo, sinceramente, pero...
–¿Podemos fumar un pitillo antes de la ejecución o les causa muchas molestias?
La radicalidad española: anteayer, cabras despeñadas, gansos decapitados y reses lanceadas. Hoy, un padre torero, hijo de torero, nieto de torero da tres pases a una simple vaquilla con su hija Carmen, de cinco meses, siguiendo una costumbre familiar, y media España le insulta, se mofa o le abre una investigación. El Defensor del Menor de Andalucía recaba información. ¿Por mal padre? ¿Por ir contra corriente? ¿Por no ser como todos?
Francisco y Cayetano Rivera tienen todo el derecho del mundo a ganarse contratos esta temporada. Y, sobre todo, a defender su mundo, ilegalizable de hoy para mañana.
Las mayorías morales en España siempre contienen peligro: la intolerancia. Antes, la intolerancia vestía de negro, paseaba al alba y llamaba maricones a los homosexuales. Hoy, la intolerancia viste multicolor pero niega a unos cuantos su derecho a estar equivocados. Ya hace tiempo que los aficionados a los toros escuchamos, con las orejas gachas, los nuevos sermones, que son viejos, y la intolerancia es tal que ni siquiera se nos autoriza a pensar diferente.
La foto de Carmencita y la vaquilla es una reivindicación legítima, en el marco de la libertad de expresión, a poder ser y decir lo que uno siente. Como padre y ser humano. No es un sermón. No es una lección de superioridad moral. Es una opinión.
El Partido Animalista rozó escaños en un país en crisis: 218.944 votos. Su programa: “Dar voz a los animales”. No hay democracia en el mundo que vote así.