Falta ayuda para 43 millones de niños
Unicef calcula que necesitará 2.600 millones de euros para su programa del 2016
Hoy el foco mediático está puesto en el drama de los niños refugiados que huyen con sus familias de Siria, como en su día lo estuvo con las víctimas del terremoto de Nepal, los niños soldados de Sudán del sur o los famélicos pequeños que siguen muriendo de hambre en Etiopía. Infiernos enquistados que no desaparecen aunque a veces lo parezca por el olvido de los medios de comunicación. Ahora mismo 43 millones de niños de todo el planeta están en un grave riesgo, algunos con su vida amenazada. Es la última llamada de socorro lanzada ayer por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), que estima va a necesitar 2.620 millones de euros para los programas humanitarios que prevé desplegar a lo largo de 2016. Ayuda que se quiere llevar a un total de 63 países para prestar asistencia a un total de 76 millones de personas, entre las que se cuentan esos 43 millones de niños.
Unicef, además de presentar sus planes de futuro y poner cifra al dinero que necesita para este año hizo también ayer balance de las actuaciones de 2015. “Sólo conseguimos el 68% de los dos mil setecientos millones de euros que calculamos que íbamos a necesitar para nuestros programas”, revela Javier Martos, director ejecutivo de Unicef Comité España. Recortes a los que, desde el inicio de la crisis, “estamos ya acostumbrados”, añade Martos.
El drama de los refugiados sirios se llevó alrededor de 500 millones de euros, el 97% del importe que se había presupuestado. Por el contrario en otros países con niños que también precisan ayuda urgente, apenas se consiguió una parte ínfima del dinero que Unicef había calculado necesitar para sus programas. Es la realidad que viven esos territorios olvidados al no estar ya en el foco de la actualidad. En Etiopía se había previsto gastar 51 millones de dólares y sólo llegaron tres. Para Sudán sólo se consiguieron noventa de los 180 millones previstos. Y en Yemen únicamente se pudieron desarrollar un 40% de los planes previstos por Unicef.
Javier Martos reconoce la dificultad para mantener los programas en lo que él denomina “emergencias silenciosas”. Y eso duele especialmente, añade, a esos cientos de cooperadores o voluntarios desplazados a esos territorios y que son testigos de que los niños, a pesar de no ser ya noticia, siguen siendo reclutados como soldados, muriendo de hambre o padeciendo las más crueles agresiones sexuales. Una de las principales trabas de Unicef (lo que vale para todos las organizaciones de ayuda humanitaria) “es que muchas de las donaciones que llegan van etiquetadas”. O lo que es lo mismo, gobiernos y también particulares marcan el destino, es decir el país al que quieren que lleguen esos euros o dólares. Y también, en muchas ocasiones, los programas a los que tiene que ir destinada la colaboración. Así que los encargados de canalizar
Ahora están en el foco los refugiados sirios, pero los menores de Sudan o Etiopía no han salido del infierno
esa ayuda tienen literalmente las manos atadas. Recibir hoy, por ejemplo, dinero para el Chad o Sudán “es mucho más difícil que conseguirlo para los refugiados sirios”, reconoce Martos. En estas donaciones, principalmente cuando vienen de la mano de gobiernos, suelen primar los intereses políticos o económicos que a veces no coinciden con las necesidades reales de las víctimas de esos infiernos.
El donante suele optar, asimismo, por destinar su dinero a programas muy básicos, como la potabilización del agua, la construcción de casas o la compra de comida. Poco a poco organismos como Unicef están convenciendo a esos colaboradores “que la inversión en educación puede resultar, a la larga, mucho más rentable que la construcción de una carretera o depósito de agua”. La escuela acaba siendo un refugio y el niño formado tiene más posibilidades de sobrevivir en condiciones adversas.