Padre de la inteligencia artificial
La esencia de Marvin Minsky se perpetuará entre máquinas y ordenadores. Está ahora en nuestros bolsillos y en muchos otros lugares comunes del ser humano del siglo XXI. “El
smartphone sólo es una prótesis de su memoria y cerebro”, le dijo a un periodista de esta casa en el 2014. El científico estadounidense, que falleció el domingo por la noche en Boston a los 88 años debido a una hemorragia cerebral, ayudó a sentar las bases de la inteligencia artificial.
El cerebro humano, que para este matemático y experto en computación era una máquina replicable por ordenador, fue el origen de todas sus investigaciones pioneras. “¿Cómo puede un chaval de tres o cuatro años ser tan bueno en el razonamiento basado en el sentido común que aparentemente ninguna máquina puede hacer?”, se preguntaba en el 2006 en
Tech Review.
Hace más de 50 años que Minsky inició sus indagaciones en un campo entonces yermo. Según sus tesis, los robots lograrían una inteligencia equiparable a los humanos y tendrían la capacidad de razonar con lógica. Aún no se han cumplido todas sus ideas, pero el camino recorrido ha transformado los ordenadores. “De ser una simple calculadora glorificada han pasado a cumplir su destino como uno de los amplificadores más poderosos del empeño humano”, recordó Alan Kay, reputado experto informático y colega del profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Nacido en 1927 en Nueva York, fascinado por la electrónica y la ciencia desde que era un crío, Minsky estudió matemáticas en Harvard y se doctoró en Princeton en 1954 después de servir en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial. En su etapa universitaria conoció a John McCarthy, con quién se reuniría poco después en el prestigioso MIT para fundar el primer laboratorio de inteligencia artificial del planeta (AI Lab) en 1959. “El problema de la inteligencia me parecía muy profundo”, explicó en un perfil de
The New Yorker en el año 1981. “No recuerdo considerar nin- guna cosa más interesante que hacer”.
Los primeros resultados de su trabajo fueron más que prometedores. Creó el microscopio confocal, que aún se usa en biología, las primeras redes neuronales capaces de aprender y manos robóticas con sensores táctiles. Minsky recibió importantes galardones, como el premio Alan Turing en 1970 y el Fronteras del Conocimiento en el 2013, y dejó agudas reflexiones. “Raramente apreciamos la maravilla que supone que una persona pueda pasar toda su vida sin cometer un error realmente grave, como meterse un tenedor en el ojo o salir por la ventana en lugar de por la puerta”, escribía con cierta gracia en su libro más conocido, La sociedad de la mente (1985).
El científico se popularizó tras recibir la visita de Stanley Kubrick, que recurrió a sus conocimientos para forjar a HAL 9000, la supercomputadora rebelde de 2001: Una odisea del
espacio. “El peligro no está en las máquinas, sino en nosotros, porque tener poder es tener la posibilidad de usarlo contra uno mismo”, argumentó Minsky en una entrevista con La
Vanguardia. Su conexión con la ciencia ficción fue clave en sus investigaciones. “Crecí en el futuro con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, su ficción ha guiado mi ciencia”, explicó el profesor, que se distraía tocando el piano con maestría. Asimov, de hecho, le definió como el hombre más inteligente que jamás había conocido.
“Si dejáramos a un ordenador solo, o una comunidad de estos junta, intentarían descubrir de dónde vienen y qué son. Si se toparan con un libro de informática se reirían y pensarían ‘eso no puede ser cierto’. Y entonces tendríamos diferentes grupos de ordenadores con ideas distintas”, explicó sobre la posibilidad de tener alma de las máquinas, sin definir si eso sería algo bueno o malo.
La curiosidad, según sus allegados, fue el combustible de este pionero futurista. “He aprendido que la gente tiene buenas ideas y luego se para: si continuaran un poco más, conseguirían mucho más”.
Kubrick recurrió a Minsky para su HAL 9000, el ordenador rebelde de ‘2001: Una odisea del espacio’