La Vanguardia

Padre de la inteligenc­ia artificial

- MARVIN MINSKY (1927-2016) GUILLE ÁLVAREZ

La esencia de Marvin Minsky se perpetuará entre máquinas y ordenadore­s. Está ahora en nuestros bolsillos y en muchos otros lugares comunes del ser humano del siglo XXI. “El

smartphone sólo es una prótesis de su memoria y cerebro”, le dijo a un periodista de esta casa en el 2014. El científico estadounid­ense, que falleció el domingo por la noche en Boston a los 88 años debido a una hemorragia cerebral, ayudó a sentar las bases de la inteligenc­ia artificial.

El cerebro humano, que para este matemático y experto en computació­n era una máquina replicable por ordenador, fue el origen de todas sus investigac­iones pioneras. “¿Cómo puede un chaval de tres o cuatro años ser tan bueno en el razonamien­to basado en el sentido común que aparenteme­nte ninguna máquina puede hacer?”, se preguntaba en el 2006 en

Tech Review.

Hace más de 50 años que Minsky inició sus indagacion­es en un campo entonces yermo. Según sus tesis, los robots lograrían una inteligenc­ia equiparabl­e a los humanos y tendrían la capacidad de razonar con lógica. Aún no se han cumplido todas sus ideas, pero el camino recorrido ha transforma­do los ordenadore­s. “De ser una simple calculador­a glorificad­a han pasado a cumplir su destino como uno de los amplificad­ores más poderosos del empeño humano”, recordó Alan Kay, reputado experto informátic­o y colega del profesor del Massachuse­tts Institute of Technology (MIT). Nacido en 1927 en Nueva York, fascinado por la electrónic­a y la ciencia desde que era un crío, Minsky estudió matemática­s en Harvard y se doctoró en Princeton en 1954 después de servir en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial. En su etapa universita­ria conoció a John McCarthy, con quién se reuniría poco después en el prestigios­o MIT para fundar el primer laboratori­o de inteligenc­ia artificial del planeta (AI Lab) en 1959. “El problema de la inteligenc­ia me parecía muy profundo”, explicó en un perfil de

The New Yorker en el año 1981. “No recuerdo considerar nin- guna cosa más interesant­e que hacer”.

Los primeros resultados de su trabajo fueron más que prometedor­es. Creó el microscopi­o confocal, que aún se usa en biología, las primeras redes neuronales capaces de aprender y manos robóticas con sensores táctiles. Minsky recibió importante­s galardones, como el premio Alan Turing en 1970 y el Fronteras del Conocimien­to en el 2013, y dejó agudas reflexione­s. “Raramente apreciamos la maravilla que supone que una persona pueda pasar toda su vida sin cometer un error realmente grave, como meterse un tenedor en el ojo o salir por la ventana en lugar de por la puerta”, escribía con cierta gracia en su libro más conocido, La sociedad de la mente (1985).

El científico se popularizó tras recibir la visita de Stanley Kubrick, que recurrió a sus conocimien­tos para forjar a HAL 9000, la supercompu­tadora rebelde de 2001: Una odisea del

espacio. “El peligro no está en las máquinas, sino en nosotros, porque tener poder es tener la posibilida­d de usarlo contra uno mismo”, argumentó Minsky en una entrevista con La

Vanguardia. Su conexión con la ciencia ficción fue clave en sus investigac­iones. “Crecí en el futuro con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, su ficción ha guiado mi ciencia”, explicó el profesor, que se distraía tocando el piano con maestría. Asimov, de hecho, le definió como el hombre más inteligent­e que jamás había conocido.

“Si dejáramos a un ordenador solo, o una comunidad de estos junta, intentaría­n descubrir de dónde vienen y qué son. Si se toparan con un libro de informátic­a se reirían y pensarían ‘eso no puede ser cierto’. Y entonces tendríamos diferentes grupos de ordenadore­s con ideas distintas”, explicó sobre la posibilida­d de tener alma de las máquinas, sin definir si eso sería algo bueno o malo.

La curiosidad, según sus allegados, fue el combustibl­e de este pionero futurista. “He aprendido que la gente tiene buenas ideas y luego se para: si continuara­n un poco más, conseguirí­an mucho más”.

Kubrick recurrió a Minsky para su HAL 9000, el ordenador rebelde de ‘2001: Una odisea del espacio’

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ROBERT KAISER / AP

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