El jardinero pintor
En la tranquilidad de Giverny, Claude Monet conectó con la vanguardia del arte
“La jardinería es algo que aprendí en mi juventud cuando era infeliz. Tal vez deba a las flores que me convirtiera en pintor”.
En 1883, Claude Monet (18401926), el decano de los impresionistas, se instaló en Giverny, una tranquila localidad cercana a París, donde, alejado voluntariamente del mundo, construyó un paraíso a su medida. En torno a la casa de estuco rosa, el artista diseñó un jardín, con su estanque de nenúfares y su puente japonés, para poder pintarlo. A ello dedicó obsesivamente los últimos años de su vida.
Horticultor avezado, al principio se ocupaba él mismo de cavar, plantar y podar, con la ayuda ocasional de unos niños. Pero a medida que ganó en ambición y creció su economía –era un hombre rico– llegó a tener hasta siete jardineros en plantilla, importaba plantas exóticas y cultivó hasta sesenta especies diferentes. Era su laboratorio y su estudio al aire libre, y actuaba sobre él como si se tratara de un lienzo. Era un pintor de la naturaleza, pero le gustaba controlarla. Se cuenta que en una ocasión, mientras pintaba árboles en otoño, ordenó pegar las hojas que habían ido cayendo.
Su pintura y su jardín evolucionaron juntos, de modo que constantemente iba realizando ajustes en éste para explorar nuevas cuestiones formales y temáticas. Pero, con todo, su mayor empresa fue el estanque sembrado de nenúfares y rodeado de sauces llorones, un jardín de agua que chocó con las reticencias de los agricultores vecinos quejosos de que las plantas acuáticas pudieran envenenar su ganado. Consiguió la autori- zación y mandó construir un puente de estilo japonés a un ebanista local inspirado en los ukiyo-e de Utagawa Hiroshige, que coleccionaba y que ahora pueden contemplarse en la exposición.
Desde 1902 a 1908 se concentró casi exclusivamente en una monumental serie de puntos de vista del estanque que marcó un cambio radical en su obra. Poco a poco fue eliminando los bancos de flores que lo rodeaban para centrarse por completo en las modulaciones sutiles de la luz y las ondulaciones del agua. Sombras y formas se vuelven indistinguibles y ya nada es real. La voluntad por captar la instantaneidad, ese querer expresar lo que sentía, le llevó a desdibujar la representación pictórica y le
Su jardín era su laboratorio y su estudio, y actuaba sobre él como si se tratara de un lienzo
condujo a las puertas de la abstracción. Pero eso no ha estado siempre así de claro. Ninguneado durante largo tiempo, estuvo ahí, en el purgatorio, hasta que finalizada la Segunda Guerra Mundial los artistas de vanguardia que trabajan en la abstracción matérica vieron que tenían mucho que aprender de él y lo reivindican como padre del arte moderno. Desde Rothko a Richter, pasando por Pollock o De Kooning, como puso en evidencia una exposición celebrada en el Museo Thyssen en el 2010, que subrayaba sus afinidades con artistas de la vanguardia.