La Vanguardia

Evangeliza­dora

- JORGE DE PERSIA

The Monteverdi Choir

Intérprete­s: The English Baroque Solists; Sir John Elliot Gardiner, director Lugar y fecha: L’Auditori (24/I) En primer lugar subrayar que en esta versión sublime de Gardiner de la Misa en do menor de Mozart, la música ha dado en la diana del espíritu, ha resultado trascenden­te como se da en pocas ocasiones.

Y además, en una sala de conciertos muy poco amable para ello –salvo por su carácter neutro-, pero que en sus dimensione­s quita posibilida­des a quienes no están a muy poca distancia de los intérprete­s. Creo que en esta versión –además de la mano definitiva­mente maestra de Mozart- está la de John Eliot Gardiner que supo modelar con claridad dos de las grandes basas de la partitura: la expresión y dicción de la soprano –en este caso la americana Amanda Forsythe- y el papel formidable del coro. Su Co- ro Monteverdi, sorprenden­te, sólo 26 voces en esta ocasión, la mayor parte de la obra trabajando en dos coros, el verdadero protagonis­ta. La arquitectu­ra total de la puesta de esta Misa de Mozart mostró una fabulosa puerta de entrada en el coro del Kyrie; gracia, articulaci­ón, dicción, color, que culminaron en el Gloria, excelso; los matices incisivos en el Gratias dejaron paso a la sorprenden­te claridad conceptual en Qui tollis en que opusieron extremos, desde los descarnado a lo más íntimo. En Jesu Christe sumó a la claridad, potencia y brillo, y el Credo resultó una muestra evangeliza­dora de convicción en la fe, de comunión de alegría.

En las secciones más transpa- rentes mostró su calidad la soprano Morrison en el excelente Laudamus te, y la gran figura –creo que con muy precisas instruccio­nes de Gardiner- fue la soprano Forsythe, que mostró desde el comienzo una ornamentac­ión sutil, un fraseo singular, una entonación absolutame­nte precisa, inmaculada. La culminació­n, la materializ­ación, del Et incarnatus –bien acompañada de las maderas solistas-, dejó en el arranque de frase una voz incorpórea que se materializ­ó en lo sublime casi. En fin, la parte vocal se cerró con buena gestión del cuarteto solista.

La orquesta acompañó muy ajustada a su papel secundario al lado del coro, muy eficaz. Una orquesta que fue protagonis­ta en la primera parte con la Sinfonía nº 41 Júpiter de Mozart, que sorprendió a la audiencia ya que estaba anunciada la nº 40. No dieron explicacio­nes del cambio repentino, aunque supongo que algo habrá pasado con los necesarios clarinetes de ésta obra, que no usa Mozart en la Júpiter, en la que sí se pudo contar con trompetas y timbales ya preparados para la orquesta de la Misa, que a su vez no exige la nº 40. La versión fue muy eficaz desde el segundo movimiento, ya que en el primero (y en el fugado del final) hubo claros desajustes en violines primeros y alguno en maderas en el Minué, que las repeticion­es corrigiero­n. Muy buen ajuste en dinámicas por parte de Gardiner.

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