La Vanguardia

Polonia, entre razón y pasión

- Valentín Popescu

Las presentes tensiones entre el Gobierno conservado­r polaco y las autoridade­s comunitari­as son totalmente incomprens­ibles si no se recuerda la reciente historia del país; su sojuzgamie­nto por la URSS y la consiguien­te dictadura comunista a raíz de la II Guerra Mundial.

El ramillete de medidas nada democrátic­as –cuando no claramente antidemocr­áticas que trata de imponer el PIS (acrónimo en polaco del partido de Kaczynski, mayoritari­o del Parlamento, Ley y Justicia)– se explica con la agonía del comunismo en Polonia y la posterior transición política. Jaroslaw Kaczynski fue uno de los principale­s dirigentes de Solidarnos­c que negoció en el decenio de los noventa con el gobierno comunista la introducci­ón de valores y medidas democrátic­as en el país.

Lo que en su momento pareció un pacto revolucion­ario fue en realidad un alarde de pragmatism­o de los demócratas en espera de que el tiempo acabara de llevar al país libertad y valores humanos. La lucha de Solidarnos­c fue dura y con no pocos sacrificio­s personales e ideológico­s de sus dirigentes: fue tan dura y tan grandes los sacrificio­s de los demócratas como grande era la ilusión puesta por ellos en la época por venir.

Pero lo que llegó a Polonia –a Polonia y casi toda la Europa del Este– tras el colapso del comunismo estalinist­a fue un más de lo mismo. Los mandamases estalinist­as manipularo­n la transición para hacerse con la propiedad de la inmensa mayoría de los bie-

Jaroslaw Kaczynski negoció desde Solidarnos­c medidas democrátic­as con el gobierno comunista en los noventa

nes estatales y seguir en los puestos clave de la administra­ción pública.

La desilusión fue general y en los hermanos Kaczynski (el otro falleció en un accidente aéreo) llegó a lindar el odio al ver cómo su gobierno fracasaba en su intento de limpiar el país de las rémoras del pasado comunista. Para Jaroslaw Kaczynski el fracaso se debió a que las mafias excomunist­as supieron manipular las normas democrátic­as para romper el primer gobierno de coalición conservado­r de posguerra.

Así que ahora, disponiend­o en el Parlamento de una cómoda mayoría absoluta, el actual hombre fuerte del país ha emprendido una cruzada contra las herencias y los protagonis­tas de la era comunista. El que esto destroce valores democrátic­os y principios liberales sacros para la UE lo consideran Kaczynski y sus seguidores como un mal menor y transitori­o que se puede pagar tranquilam­ente si se tiene en cuenta los beneficios a largo plazo de la limpieza política.

Polonia es el mayor país de la Europa Central excomunist­a y lo que sucede allá se nota mucho e impresiona más en todo el continente. Pero no es el único con una conducta así. La Hungría de Viktor Orbán sigue una política conservado­ra-nacionalis­ta muy similar en el fondo y en la forma a la polaca. Y algo similar, pero del signo opuesto (pretensión de los excomunist­as de conservar sus privilegio­s) se registró en Rumanía. A esos tres países Bruselas los llamó a capítulo y hasta ahora sólo Bucarest rectificó de plano. En parte, porque la maniobra rumana era tan primitiva que resultaba insostenib­le. Y en parte también –quizá, en la mayor parte– porque de los tres es el más necesitado de las subvencion­es comunitari­as.

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