La Vanguardia

Una nueva vida para Easdale

- RAFAEL RAMOS Easdale (Islas Hébridas). Correspons­al

En los últimos meses han pasado en el mundo muchas cosas, buenas y malas, pero en Easdale ninguna tan importante como el nacimiento de Georgia Munro. Tal vez en el futuro sea una celebridad, pero de entrada su nacimiento ha constituid­o ya una gran noticia, pues se trata de la primera persona que nace en la más pequeña isla habitada del archipiéla­go de las Hébridas en los últimos ochenta años.

Sólo 60 residentes, por lo general bien avenidos y con un considerab­le promedio de edad, de los cuales una buena parte son veraneante­s cuyo contribuci­ón a la superviven­cia del territorio es agradecida como se merece, pero que se escapan en cuanto asoma el invierno, y con él las tormentas, las lluvias racheadas que dejan a uno calado, la anemia de luz y unos días tan cortos que parecería que empieza a anochecer cuando no se ha acabado de desayunar.

Un lugar idílico en verano (o lo que aquí se entiende por verano, que pueden ser temperatur­as máximas de doce o trece grados), con magníficas vistas al Atlántico y la costa escocesa, pero durísimo desde octubre hasta mayo. La tienda vende poco más que productos de primera necesidad, el pub (The Puffer) es muy sencillo, y para encontrar un cine, una iglesia o un supermerca­do hay que cruzar en ferry al continente y recorrer por una carretera de curvas los 25 kilómetros que separan la isla de Oban. Como para olvidarse la leche o el pan...

Ello significa que tampoco hay médico permanente sino una clínica de primeros auxilios. Una de las razones por las que desde hace ocho décadas no nacía nadie en Easdale. Cuando el parto es inminente, una ambulancia-helicópter­o con una comadrona transporta a la madre a uno de los grandes hospitales de Glasgow, donde habría nacido también Georgia Munro de no ser porque se adelantó a los acontecimi­entos y trajo un espíritu de renovación.

El personaje más importante es Alan McFadyen, el operador de un ferry, un trabajo heredado de su padre y de su abuelo. “Veo entrar y salir a todo el mundo –dice-. Transporto a los que se van para siempre en busca de aventuras y paisajes distintos, y a los que vuelven al cabo de los años para morir en el lugar que los vio nacer. Soy el depositari­o de los sueños y frustracio­nes de todos ellos”. Desde su casa en lo alto de la colina, encima del muelle, contempla el devenir de Easdale.

Dentro del cobertizo para resguardar­se en el caso frecuente de lluvia hay un tablón de anuncios que resume perfectame­nte la vida de la comunidad: la reunión para debatir la convenienc­ia o no de construir un puente que cubra los pocos centenares de metros que separan la isla de tierra firme, las ofertas de venta de tráilers y coches usados, casas para alquilar en el verano, con ocasión del festival de artes y música, el horario de misas en la Primera Iglesia Presbiteri­ana y la Iglesia Libre de Escocia de Oban, el anuncio de un club literario para leer y comentar novelas en grupo, la invitación de los Munro para celebrar los seis meses de la pequeña Georgia...

Aunque hoy sólo queden 60 almas, Easdale fue hasta mediados del siglo XIX un lugar vibrante con medio millar de habitantes, la mayoría de los cuales extraían pizarra de unas minas que sirvieron para construir los tejados de ciudades de todo el imperio, desde Melbourne en Australia hasta Dunedin en Nueva Zelanda, pasando por Dublín y Nueva Escocia. La prosperida­d acabó bruscament­e en 1850, cuando la furia del Atlántico y la madre de todas las tormentas inundaron en veinticuat­ro horas las canteras y fue imposible bombear el agua. No sólo acabó una industria, sino una forma de vida y la viabilidad económica de la isla.

La despoblaci­ón, como en tantas otras islas de las Hébridas, ha sido progresiva hasta llegar a poner en peligro la superviven­cia de las comunidade­s. El clima inhóspito y la falta de trabajo y diversione­s ahuyenta a los más jóvenes, que van a la universida­d en Glasgow o Edimburgo para no volver nunca. Sólo la nostalgia y las raíces, en cambio, llaman a quienes ya en el otoño de sus vidas añoran una infancia que recuerdan de manera difusa, un tanto mitificada. En un Easdale de fantasía que es como la Ítaca del poema de Kavafis. Tal vez Georgia Munro sea el talismán que haga cambiar las cosas.

De la más pequeña isla habitada de las Hébridas salió la pizarra para los tejados deMelbourn­e Una gran tormenta obligó a cerrar las minas en 1850 y fue el comienzo de un larguísimo declive

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JEFF J MITCHELL / GETTY Una isla original. Cada último domingo de septiembre se celebra en Easdale el campeonato mundial de lanzamient­o de piedras sobre el agua
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