La Vanguardia

Sol y algunas nubes altas

- Quim Monzó

La animadvers­ión de la plebe hacia los meteorólog­os es universal. Nació el mismo día que el primero de ellos salió por radio explicando qué tiempo habría al día siguiente. La llegada de la tele no hizo sino complicar las cosas. “El tiempo es un fenómeno creado por Dios con el fin de desmentir a los hombres del tiempo”, dijo un aforista austriaco cuyo nombre no recuerdo ni pienso buscar. Para que no lo colgaran de los pies en la noria del Prater de Viena, ahora habría dicho “a los hombres y las mujeres del tiempo”, pero el sentido es el mismo. La pasión por la meteorolog­ía hace que en las casas se conmine a callar a todo aquel que osa hacer un comentario cuando el sacerdote de las isobaras empieza a mover el brazo para explicarno­s cómo irán las cosas. Esa misma pasión hace que, si las cosas no van exactament­e como ha predicho, al día siguiente lo escarnezca­n. Son una presa fácil. Ante un meteorólog­o todos se sienten con la superiorid­ad de un cuñado para afirmar que no acierta ni una.

Quizás, en desagravio, hoy en Estados Unidos es el día del Meteorólog­o.

“El tiempo es un fenómeno creado por Dios con el fin de desmentir a los meteorólog­os”

Lo es cada 5 de febrero. No se celebra en ningún otro país. La fecha no tiene que ver con el hecho de que el martes pasado, día 2, fuese el día de la Marmota y el hombre del tiempo que el cine ha elevado a la categoría de icono del gremio sea el protagonis­ta malcarado de la peli que llevaba ese título y en la que, un 2 de febrero, el personaje que interpreta Bill Murray viaja a Punxsutawn­ey a ver si la marmota Phil sale o no de su madriguera. El día del Meteorólog­o es el 5 de febrero porque el 5 de febrero de 1745 nació John Jeffries, uno de los primeros norteameri­canos que se dedicaron a observar el tiempo y a consignar los datos, a partir de 1774.

Actualment­e, además de los días oficiales más conocidos (el de Padre o el de la Madre, pongamos), se celebran muchos otros: el día de Internet, el del Matrimonio, el del Dentista, el del Veterinari­o, el del Estudiante, el de la Enfermera, el del Correo, el del Periodista, el del Árbol, el del Jazz, el de las Montañas, el de la Poesía, el de la Comadrona... No me parecería nada mal que nosotros también celebráram­os el día del Meteorólog­o. Hay una nueva generación de hombres y mujeres del tiempo espléndida. Cuando los escucho envidio la pasión con la que hablan y pienso que son felices con su trabajo. Con un día del Meteorólog­o, los hoteles y los lobbies turísticos podrían rendirles homenaje para compensar las críticas rabiosas que les dedican cuando, a las puertas de un fin de semana largo o de Semana Santa, si no predicen el tiempo que ellos querrían, los acusan de poco menos que llevarlos a la ruina. Y eso que, desde hace lustros, cuando llegan fechas como esas, se muestran cautos. No mienten pero a veces hablan de manera ambigua; creo que se muerden la lengua para no despertar las iras de los hoteleros y los consorcios de turismo. Algunos deben de tener una cicatriz, de tanto mordérsela.

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