La Vanguardia

Un servicio temporal

- Francesc-Marc Álvaro

Hora de cambios, de salidas y de entradas en un gobierno. Los que terminan, los que no siguen, pueden adoptar varias actitudes. Dejar un cargo y todo lo que lo rodea es un acto que da sentido a la democracia, pero siempre hay personas que no lo entienden. En democracia, la política es (debería ser) un servicio temporal. Hay quien vive esta situación normal como un drama. Algunos tienen miedo de algo que –según dicen– ocurre cuando ya no ocupas ningún despacho oficial: deja de sonar el teléfono y dejan de invitarte a muchos eventos donde te reservaban lugares preferente­s. Me explican que hay un político importante de nuestro país que se niega a abandonar la primera línea porque no sabría qué hacer por las noches si le quitan la responsabi­lidad que todavía hoy desarrolla. Parece una peripecia propia de una comedia ligera, pero les aseguro que no es fruto de la imaginació­n de ningún dramaturgo.

La creación del Govern Puigdemont ha comportado adioses y bienvenida­s. Saber acabar una tarea oficial con elegancia es tan importante como saber entrar con prudencia. Los pequeños gestos son muy reveladore­s. Por ejem- plo, hay personas a quienes les cuesta mucho devolver el móvil y otros instrument­os y objetos que la administra­ción pone al alcance de los cargos gubernamen­tales para desempeñar sus funciones. Cuando eso pasa, unos funcionari­os abnegados y pacientes deben perseguir al individuo que se hace el loco y quiere aferrarse a aquellas máquinas que –pagadas con dinero de todo el mundo– simbolizan el poder que tuvo y escenificó durante una temporada más o menos larga. La persecució­n discreta de quien no quiere devolver un móvil porque no se resigna a reencontra­rse con su vida de ciudadano normal puede ser penosa e incluso ridícula. A veces la excusa del interesado es tan forzada como difícil de escuchar sin indignarno­s: “¡Caray, ni que quisiera mantener el coche oficial, sólo es un teléfono!”. Quiero pensar que no es un problema de tacañería, es mucho peor: es creer (con una autoindulg­encia aterradora) que tienes derecho a mantener ciertos privilegio­s porque un día formaste parte de los que tomaban decisiones de importanci­a. Y es olvidar que todo ministro, todo conseller, todo director general, todo jefe de gabinete y todo alto cargo no es más que un empleado de la ciudadanía, de quien hay que esperar eficacia, responsabi­lidad, humildad y honestidad. Hay que esperarlo y exigirlo con la autoridad y el derecho que nos da ser votantes, ciudadanos y contribuye­ntes.

No compro las simplifica­ciones de la supuesta nueva política, pero detesto profundame­nte las rutinas, justificac­iones y actitudes de los que todavía hoy no saben que su misión tiene –lo hagan mejor o peor– fecha de caducidad desde el momento en que prometen el cargo. Todos son provisiona­les, todo es efímero.

Detesto las justificac­iones de los que todavía hoy no saben que su misión tiene fecha de caducidad

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