La Vanguardia

Modernidad­es

- Joan-Pere Viladecans J-P. VILADECANS, pintor

Qué antiguo resulta ser moderno! O peor aún: querer serlo. Parece que en la cercanía de lo último se vive bien. En la sociedad occidental hay una creciente tendencia a pasar página de todo lo que no sea frívolamen­te novedoso –¡ojo!, no nuevo–. Estar instalado en la permanente novedad se ha convertido, también, en una norma de conducta. En un valor en sí mismo. Y claro, en un desasosieg­o cotidiano. Lo moderno, en nuestro entorno, es hoy. Lo de ayer nada de nada, y mañana ya veremos. Al pensamient­o lento y elaborado se le superpone la inmediatez líquida de los acontecimi­entos constantes. Una gran novedad desaparece sustituida por otra más nueva. Para quien se lo tome en serio esto es un sinvivir. ¡Uf! Aunque la índole de nuestra sociedad es tal que es muy difícil sustraerse a la presión ambiental, a veces muy tóxica. Grandes novedades de hace bien poco se han evaporado quizá porque eran sólo eso, novedades. Grandes novedades decían antes en los almacenes, tiendas y establecim­ientos del ramo. Un argumento de venta. Del Sepu y los almacenes El Águila hemos pasado a la multinacio­nal. De la mercería del chaflán a la tienda global.

La cultura deriva hacia la superficia­lidad, el grito y el esperpento, porque la realidad creativa y coherente no está bien vista, es aburrida, pesada. Demasiado despaciosa. Antes, uno acudía al cura para confortars­e, al psicoanali­sta, a un amigo/a, al casino; los muy depres al Prozac, a la barra de un topless o se escribía un diario. Hoy, como un grafitero expresa su pasión en el muro, nos lanzamos a los 140 caracteres. Un acto compulsi- vo y ciclotímic­o. Twitter es nuestro púlpito, nuestro desahogo, nuestro confesor público. La pizarra digital. Sin ni pensarlo la mayoría escribe sus cotidianid­ades, amores y desamores, afanes, insultos y verdaderas barbaridad­es que, algún día, cuando la pulsión expresiva se calme, serán motivo de autovergüe­nza, aunque mal de muchos… A eso le llaman interactua­r. O repartir angustias.

Al grano: uno es lo que expresa en las redes sociales. O lo que quiere ser. O lo que quiere que crean que es. En todo caso, y en esencia, una necesidad antigua, muy humana, como la del pintor de Altamira que ponía su huella en la gruta, ¿para comunicars­e?, ¿para trascender? A veces lo moderno nació hace siglos. El cuadro cambia y, con él, las variables del comportami­ento humano. ¿Y del alma?

¿No será todo una cuestión de soledad?

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