A propósito de Sant Antoni
La transformación de un barrio a la espera de que acabe la eterna reconstrucción del mercado
Maria Escoda se acoda en el alféizar y contempla la reluciente cruz que ya dibuja entre grúas la nueva estructura del futuro mercado del barrio de Sant Antoni. “Quedará muy bonito –dice la adolescente asomada–... Pero me daría mucha pena que perdiera sus aires antiguos. Apenas me acuerdo de los toldos verdes que lo rodeaban, de la marquesina que nos refugiaba de la lluvia camino del colegio, de las grandes cajas de madera de los encantes que arrastraban cada mañana... Sólo recuerdo algunas imágenes. Yo era muy pequeña cuando empezaron las obras”. “El mercado se echa de menos –tercia su madre, Maribel Dolz–. A mí me encantaba bajar y cruzar la calle por unas pocas olivas. La carpa provisional está al lado, pero reconozco que dejé de ir. No sé por qué. Es que no es lo mismo”.
María tenía 9 años cuando, allá por el 2009, los comerciantes se trasladaron a la carpa provisional ubicada en la ronda Sant Antoni. Entonces los obreros comenzaron a levantar polvo, sumergir el barrio en un escándalo cotidiano, destripar el viejo mercado. Las previsiones más optimistas ahora fechan la reapertura durante la Mercè del año que viene. Entonces las inversiones de esta eterna reforma sumarán 60 millones de euros, diez mil veces más de lo que costó levantarlo en 1882. Fue el primero que se erigió más allá de las murallas, el primero de la Barcelona moderna.
En el quiosco de al lado dicen que les da rabia, que la suya era una de las mejores esquinas de toda la ciudad, que se suponía que las obras apenas durarían tres o cuatro años, pero que primero se les acabó el dinero, que después encontraron muchos restos arqueológicos, que se jubilarán y echarán la persiana del quiosco antes de la espe- radísima inauguración... Y entonces, una vez que el nuevo mercado de Sant Antoni se desentumezca, con su aparcamiento subterráneo, su nuevo supermercado, sus nuevas plazas en sus vértices abiertos a la ciudad, tampoco reconocerá el barrio que lo envuelve. “Esta espera está siendo terrible –explica Enric Bernaus, de 53 años, que regenta la tienda de confecciones que lleva su apellido en la calle Manso y un puesto de ropa en la carpa provisional.–. Las ventas bajaron un 40%. Por culpa de las obras, por culpa de la crisis... como si de repente todos los males se juntaran en Sant Antoni. Muchos no pueden aguantar más. Los vecinos de Sants, de Poble Sec, que bajaban por la avenida Mistral hasta el mercado, comenzaron a escasear. Ahora la gente viene sobre todo a tomar cañas, que está bien, pero...”. “La gente te pregunta: y tú, ¿cuándo vas a cerrar? –tercía Ricard Torradas, de la librería Torradas, ubicada frente a la salida de camiones de las obras del mercado–. Porque en estos momentos, a pesar de la supuesta recuperación de la economía, continúa
“Cuando empezaron los trabajos yo era muy niña, y ya apenas me acuerdo de cómo era” “La espera está siendo terrible, pero creo que merecerá la pena”
cerrando gente de toda la vida, de siempre”.
“Pero durante estos años de estrecheces el barrio está revelando lo mejor que tiene –retoma Bernaus–. Los que vienen compran una manta, una toalla, y dejan un bote de lentejas, un cochecito de bebé, para quien lo necesite”. Bernaus es uno de los comerciantes que aparecen desnudos en el calendario solidario que De Veí a Veí, la oenegé de Sant Antoni, vende para comprar comida fresca en el mercado y repartirla entre los vecinos más apurados.
“Este mercado siempre fue el eje de la vida de Sant Antoni –continúa–. Mi abuela se rompió aquí las costillas, en una avalancha, cuando la gente venía con las cartillas de racionamiento. Uno de mis primeros recuerdos es el de mi madre poniéndome en las rejas donde la gente ponía sus bolsas. En el mercado descubrí olores, sabores, colores... Y tengo muchas ganas de llevar a mi hijo. Sólo pude llevarlo recién nacido, y ya tiene 8 años... Pero la espera merecerá la pena. Será uno de los mejores mercados de España. Los restos arqueológicos atraerán a mucha gente. El comercio volverá a ac-
“El nuevo mercado nos ayudará a volver a encontrar el equilibrio en el barrio”
“Tenemos que volver a ser protagonistas de la vida social de Sant Antoni, como antes”
tivarse. La gente no vendrá sólo de cañas. Habrá mezcla. Se frenará el monocultivo. Los bares dan vida, pero ya alcanzaron su tope”.
Sí, cuando comenzaron las obras del mercado, Rafael Jordana regentaba una bodega de barrio que abría a las seis de la mañana para dar de desayunar a obreros de la construcción y trabajadores de TMB. Y luego cerraba a las nueve de la noche. Y ahora aparece cada dos por tres en las portadas de numerosas revistas de ocio, las guías web lo proclaman camarero del año, músicos y barbudos de toda la ciudad protestan cada medianoche mientras Jordana baja la persiana. “Entre todos hemos creado un monstruo –reflexiona tras la barra–. Todo esto se nos fue un poco de las manos. Pero yo creo que el nuevo mercado nos ayudará a recuperar el equilibrio en el barrio”.
“Es que en este mercado ya hacía- mos reparto a domicilio antes de que se pusiera de moda –cuenta María Masclans, de 39 años, presidenta de los puesteros de alimentación de Sant Antoni–, íbamos a las casas de las señoras que de repente dejaban de venir, a ver si les pasaba algo... Pero durante estos años de espera perdimos nuestro protagonismo. Abrieron colmados y fruterías por todas partes. La gente perdió la costumbre de acudir al mercado. Ahora solamente vienen en ocasiones especiales. Nos contaron que las obras durarían tres años, quizás algo más. Y luego... Yo me lleve las pilas de mármol de mi puesto. No se rompieron de milagro. Mi padre y mi abuelo las trajeron con caballos hace más de 50 años. Las tengo guardadas, a la espera de la reinauguración. Lo último que nos dijeron es que entregarán la obra en el segundo semestre del 2017. Entonces necesitaremos otros tres meses para instalar los nuevos puestos. Aún hay muchas cosas en el aire”. ¿Qué supermercado se instalará?, ¿cómo se distribuirán los puestos de libros el domingo?, ¿qué uso se dará a los nuevos espacios de los vértices?, ¿cómo se perfilará el nuevo espacio peatonal que surja en la ronda una vez desmantelen la carpa provisional?... “Pero ya vemos cómo cobra forma el mercado, cómo entramos en la recta final. Y hace mucha ilusión. Espero que mis viejas pilas de már-
mol no se rompan en el traslado”.
“Yo empecé a ver todas las obras, todos estos cambios, desde mi ventana –dice Rafael Martínez, de 42 años–. Trabajaba como psicólogo, y tuve un accidente de moto, y me pasé meses convaleciente, frente a la ventana... Ahora he de ir en un seg
way especial... Sant Antoni era un barrio de botiguers. También tenía un montón de talleres. Pero muchos vecinos que llevaban una vida muy normal empezaron a pasarlo
mal. Hace cinco años montamos la oenegé De Veí a Veí. Parecía algo provisional, pero se trenzó una red solidaria impresionante. Cuanto peor estaban las cosas más ayudaba la gente. El sentimiento de pertenencia al barrio se revitalizó. Ahora me dedicó sólo a la oenegé. Ya no trabajo como psicólogo. Y los turistas me fotografían mientras voy por ahí con mi segway. Ahora somos una zona de ocio. El mercado no nos va a reconocer”.