La Vanguardia

Cachondeo

- Ramon Solsona

El Camp Nou no es el Carranza, de fiesta permanente tanto si el Cádiz gana como si pierde. No es el Calderón, que vive en comunión con los jugadores y contagia fe en todas las circunstan­cias. El Camp Nou es más ciclotímic­o, se anima cuando el equipo funciona y se deprime cuando no va bien. La racha maravillos­a de los últimos años ha insuflado un optimismo provisiona­l que flaquea cuando el equipo decae, pero, mientras van cayendo títulos al zurrón, la grada está contenta. Tanto, que anteayer hizo algo inédito: convertir una eliminator­ia de Copa en un carnaval.

Utilizo la palabra carnaval por las celebracio­nes de estos días, más una coletilla de mofa. La fiesta fue la tramontana barcelonis­ta de juego rápido, intenso, bien trenzado y hasta artístico. Fue una fiesta la septena de goles, la mayoría de bella factura, como suelen ser los que fabrica el tridente exterminad­or. El Camp Nou celebra estos espectácul­os de alta escuela con exclamacio­nes de admiración, con aplausos y haciendo la ola.

Pero yo no recuerdo ninguna otra fiesta con un estrambote jocoso. Chirigota en el Camp Nou, tituló ayer Carles Ruipérez en estas páginas para explicar la algarabía cómica en que se convirtió el calentamie­nto y posterior entrada en juego de Cheryshev. Para el público, Cheryshev sigue representa­ndo al Madrid y eso no se perdona, y tampoco la celebració­n excesiva de un gol que dicen que hizo en el Camp Nou cuando jugaba con el Villarreal. No me acuerdo, solo sé que los estadios segregan bilis, tienen un poso de resentimie­nto, una lista negra donde se anotan los supuestos agravios de los rivales para desquitars­e algún día.

Cheryshev, causa de la eliminació­n

Los estadios segregan bilis, tienen una lista negra donde se anotan los agravios de los rivales para desquitars­e

administra­tiva del Madrid, convirtió el festival futbolísti­co del Barça en un cachondeo. Entró en el césped en medio de una ovación estruendos­a y era aclamado a cada balón que tocaba y en cada regate blaugrana que sufría. Y todas las salvas de aplausos iban aderezadas con la pimienta de una rechifla general. Tanto sarcasmo provocó reacciones de compasión hacia el jugador ruso, pero a mí me dio mucha más pena el técnico del Valencia, el otrora gran defensa Gary Neville, quieto en su área técnica como una estatua, paralizado, incapaz de ordenar el juego de sus hombres y de dar una consigna.

Si tengo que buscar precedente­s al cachondeo del miércoles, pienso en la alegría burlona con que el público aplaude fichajes tan desacertad­os que bordean el ridículo. Recuerdo los casos de Amunike, Hleb y, sobre todo, Bogarde, que se convirtió en el hazmerreír del Camp Nou. ¿El último? Douglas Pereira, el lateral derecho que todavía no se sabe qué hace en las filas del Barcelona.

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