Foix o Folch
La vida no es ni un spot ni una página Excel. ¡Qué le voy a contar que usted no sepa! Por mucho que pretendan atraparnos entre la frivolidad de quienes sólo persiguen eslóganes y quienes buscan la cuadratura del círculo porque en una pantalla aparece una hoja pautada con los números introducidos por los mismos que ahora se los creen. Exponente máximo de las trampas al solitario.
Ante maniqueísmo tan absurdo se impone una dosis de realismo. Esa distancia que va del dicho al hecho y que critican los idealistas como si la realidad no pudiera ser la base de las ilusiones por construir. El punto medio imprescindible es lo que Lluís Foix suele reflejar con acierto. La cautela del buen periodista ante cualquier sacudida de la sociedad. Leve aunque impactante o grave aunque exagerada. Su mirada relativista del mundo es la típica del niño rural de La marinada sempre arriba, entrañable sentimiento de pertenencia e inquietud de quien ni se da por vencido ni renuncia a la duda existencial.
Así se reflejó en un momento del documental televisivo basado en aquellas páginas. Es cuando Foix y su primo, uno desde la ciudad y otro desde el campo, se interrogan en sen-
Es un homenaje al oficio que consiste en contar lo que ves hasta ver después lo que has contado
tido contrario sobre quién acertó y quién erró marchándose o quedándose en la Vall del Corb. El explorador de un mundo convulso y el asentado en la tierra de dura e incierta promisión. Ambos demuestran que la trayectoria marca tanto como los genes y que es de la suma que crece el periodista más interesado que interesante de quien brota la narración más interesante que interesada para el lector.
Foix incide ahora en Aquella porta giratòria, premio Josep Pla recién llegado a las librerías. Siendo otra parte de su larga memoria es también el recuerdo de quienes marcaron a fuego una etapa de la profesión y un homenaje al oficio que consiste en contar lo que ves hasta ver después lo que has contado. Entre muchos afectos sinceros y algún reproche natural, con una descripción tan detallista en general como crítica cuando conviene, Lluís Foix evoca su acceso a la “redactoría” de La Vanguardia cuando ello significaba dejar de temer por trabajo y precariedad. Y de ahí, al cielo.
El corresponsal fijo y volante, el director entrante y saliente, el amigo del editor y el defensor de equilibrios y neutralidades, el potenciador de cercanías personales preservando siempre las distancias informativas nos introduce en todo un mundo que, tras una puerta giratoria, reflejaba lo que fuera le sucedía al mundo. Con sutilezas antes y sin corsés después. Lo que hoy se narra de manera descarnada porque se dirige a una sociedad descarada. Súmenle los tintes de los homenots que dibuja al estilo del Pla, que le avala con su merecido premio. A Foix o a Folch, como le llamaba Fraga en Londres.