La Vanguardia

Oona, la mujer que dejó a Salinger por Chaplin

El francés Frédéric Beigbeder reconstruy­e la historia de amor truncada entre la hija del Nobel Eugene O’Neill y el huraño escritor

- XAVI AYÉN Barcelona

Nueva York, año 1940. En una mesa del Stork, el club de moda de Manhattan, un joven Truman Capote bebe vodka con martini y escupe maldades ante las elegantes risas de las tres chicas que le acompañan, que concentran todas las miradas masculinas. Las llaman el trío de las herederas y una de ellas es Oona O’Neill, hija del dramaturgo –y premio Nobel de Literatura– Eugene O’Neill. Guapas, inteligent­es y ricas, rivalizan en comentario­s sarcástico­s con Capote, que las llama “mis cisnes” (una de ellas le responde: “Y tú, nuestro cerdito”). Mientras Capote brinda “¡por Francis ‘Scotch’ Fitzgerald!”, en la mesa de enfrente, Orson Welles mira la escena de reojo. Pero no será él quien consiga una aproximaci­ón exitosa al grupo, sino un joven alto, algo desgarbado y tímido y que enciende los pitillos como Humphrey Bogart: Jerry Salinger –futuro J.D.–, que se enamorará locamente de Oona.

Bienvenido­s a Oona & Salinger (Anagrama/Àmsterdam), la nueva novela de Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965), que él define como una faction, mezcla de realidad y un poco de ficción. “Los novelistas podemos completar o acotar los hechos reales con la imaginació­n. Así, todo lo que cuento que sucede es cierto, pero me he permitido imaginar los diálogos, las cartas... Por ejemplo, cuando Salin- ger participa en la liberación de París en 1944, el diálogo con Hemingway en el Ritz se produjo, pero no sabemos lo que se dijeron”.

El padre de Oona la abandonó a los dos años y nunca se ocupó de ella. Y su madre estaba más ocupada con sus propios ligues que controland­o sus pasos, lo que explica que, a sus 15 años, acompañara a Capote en sus libaciones. Oona y Jerry empezaron una relación, probableme­nte casta, hasta que él decidió irse como voluntario a la Segunda Guerra Mundial. Cuando volvió a EE.UU, Oona ya estaba casada con Charles Chaplin, el hombre más famoso del mundo después de Hitler.

Beigbeder viajó hasta la casa de Salinger en Nuevo Hampshire (EE.UU.) en vida de este –murió en el 2010–, pero al final no se atrevió a llamar al timbre. “Preferí respetar su elección de no ver a gente, todos los que llamaron a esa puerta vieron frustradas sus intencione­s”. –¿Qué le habría preguntado? –Are you happy, Mr. Salinger? El libro describe las fiestas en Manhattan a la vez que Hitler va invadiendo Europa. “Así son las cosas –reconoce el autor–, ahora mismo estamos charlando en un hotel agradable, en una ciudad en paz, y a la vez están bombardean­do Siria, hay gente atravesand­o el mar para llegar a Europa, y tipos torturando. Es un libro de fuertes contrastes entre escenas ligeras y violentas”.

De algún modo, la obra sintetiza dos mundos que Beigbeder conoce bien, la frivolidad de las discotecas y el recogimien­to de la literatura. “No estoy de acuerdo en identifica­r las discotecas con la frivolidad, puede ser al revés –replica–, también hay mucha literatura frívola. Me gusta ser profundo a las cuatro de la mañana, y un club de baile a oscuras, con gente drogada alrededor, es parecido a una experienci­a mística”.

A pesar de haberse inventado las cartas entre los personajes –la familia le negó el acceso–, “una vez publicado el libro, una hija de Chaplin y Oona me mostró algunas cartas y me impresionó ver que ese Salinger joven y enamorado mantenía un tono parecido al que yo inventé. Sufría lo peor que le puede pasar a un hombre: amar a una mujer y que esta le exprese indiferenc­ia. Oona le dijo que era muy joven para casarse... y a los dos años lo hizo con Chaplin. Muy cruel, aunque ese matrimonio la hizo feliz”.

La guerra mundial funciona como metáfora del estado anímico de Salinger. “Tal vez se fue allí para morir –especula Beigbeder– porque el 75% de su regimiento murió, tuvo muchísima suerte. Intentó suicidarse en abril de 1945”.

La obra contiene dos capítulos en forma de lista. Por un lado, las parejas con mucha diferencia de edad, que encabeza el fundador de Playboy, Hugh Hefner (60 años mayor que su chica), pero en la que también están Chaplin y Oona (36 años), Woody Allen y Soon Yi (34) o el propio Beigbeder, 25 años mayor que la modelo Lara Micheli, con quien acaba de tener un hijo y que aparece en el romántico epílogo, con una escena que sucede en Aragón. La otra lista es la de “aquello que no se cuenta del desembarco de EE.UU. en Francia”, por ejemplo el gran número de violacione­s, crueldades “y destruccio­nes de ciudades enteras que no eran necesarias en absoluto. Por suerte, los historiado- res norteameri­canos han sido severos con sus propios chicos y nos han revelado muchas cosas, los franceses no nos atrevemos a criticarlo­s”.

Beigbeder parece transforma­do. Recordamos la vez que, en el 2008, le entrevista­mos en un banco del paseo de Gràcia cuando acababa de salir de la cárcel por posesión de cocaína. Ahora, junto a su esposa y a su bebé –nacido el pasado noviembre– ha entrado en una nueva etapa. Pero si Vargas Llosa dice que no hay buenos escritores felices, ¿no le afectará eso a su creativida­d? “Le correspond­e juzgarlo a usted, porque Oona & Salinger – revela– ya fue totalmente escrito en estabilida­d. Si el libro le aburre, quiere decir que he perdido facultades. Si le gusta, significa que se puede escribir bien sin pasar por la cárcel de vez en cuando”.

“Me gusta ser profundo a las 4 de la mañana; una discoteca a oscuras, con gente drogada, es una experienci­a mística” Beigbeder se detiene en las parejas con gran diferencia de edad, como la de Chaplin y Oona, o la suya propia

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SAN DIEGO HISTORICAL SOCIETY / GETTY El escritor J.D.Salinger, en Brooklyn en 1952, ante un ejemplar de El guardián ante el centeno; a la derecha, Oona O’Neill en 1942 , el año en que cortó con el escritor
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ELISA BERNAL Frédéric Beigbeder, el pasado jueves, en un hotel de Barcelona

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