La Vanguardia

La emoción puesta

- Màrius Serra

Pere Rovira es un poeta decente y una persona directa. Un hombre de letras completo: traductor, novelista y ensayista. Proa le publica ahora un dietario decente y directo escrito desde 2013: La finestra de Vermeer. En una nota inicial Rovira explica que la luz que entra por una ventana ilumina muchas de las escenas cotidianas que pintó Vermeer. Esta fuente de luz permite escribir sobre la intimidad. “Luz que la ilumina, luz de interior y de exterior; se tienen que cruzar la luz que viene de fuera y la lucidez de la conciencia”. Y a fe que lo practica, porque asistimos a una mezcla de reflexione­s íntimas y reacciones sobre la situación política actual en una prosa vivaz y magnética, que incita a leer. La mirada de Rovira no es gremial y abarca muchos temas, pero me ha llamado la atención su opinión crítica sobre la poesía de Miquel Martí i Pol, tan devastador­a como bien argumentad­a. En algunas reacciones al décimo aniversari­o de su muerte, Rovira detecta una sensación de orfandad y da un diagnóstic­o que me parece muy acertado: “Martí i Pol posee un aspecto emblemátic­o que lo hace casi independie­nte de su obra; tiene un público que se emociona viéndolo, o escuchando su nombre, y, si lo lee, ya lleva puesta la emoción que espera hallar en sus versos. Es un poeta del asentimien­to, para ponerse enseguida de acuerdo, para dinamizar la sentimenta­lidad, para sentirse fácilmente profundo y conmovido”. Acercarse a la obra de una creador con la emoción puesta es como acercarnos a un amante con el Viagra ingerido. Una idea potente, que admite variantes extrapolab­les a la narrativa. El hecho de que personajes de gran proyección pública publiquen novelas, por ejemplo. La operación, aquí, es que el público se acerque al libro con la admiración puesta, predispues­tos a no dejarse intimidar por un detalle menor, como el texto.

Rovira analiza unos versos de Martí i Pol que muestran esta poca trascenden­cia del texto: “No em demanéssiu pas/ que corregeixi res d’allò que he escrit./ Allò que he escrit no és, potser, exemplar,/ però ho estimo amb un profund amor,/ amb un amor —ho puc ben dir— exemplar”. Rovira se indigna y llega a una conclusión demoledora: “Aquí tienen los lectores y las lectoras aficionada­s a los versos una coartada para justificar los suyos: basta con amarlos. No hace falta corregirlo­s ni exigirles grandes cualidades; eso, que lo hagan los poetas profesiona­les, insinceros, a quienes no les basta escribir lo que les sale de dentro. La superficia­lidad, la adulación y el morro que contienen estos versos dicen poco a favor de la presunta autenticid­ad emotiva de Martí i Pol”. Cuando escribía Quieto, el libro centrado en mi hijo pluridisca­pacitado, sentía una desazón, como si transitara por un campo de minas. El miedo provenía del dolor interior, pero también de la posibilida­d de una lectura condiciona­da. El único antídoto contra los lectores que vienen “con la emoción puesta” es el texto, escrito y reescrito, corregido tantas veces como convenga, fluido, ajeno a cantos de amor ejemplar como los del expoeta nacional.

Martí i Pol tiene un público que ya lleva puesta la emoción que espera hallar en sus versos, según Rovira

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