La Vanguardia

Ganar la espalda

- David Carabén

El jueves, en un magnífico artículo publicado aquí mismo, Joan Golobart indicaba la mejor manera que han encontrado algunos equipos de hacerle daño a este Barça imparable. Se trata de neutraliza­r la habilidad de recuperar pelotas de Busquets. ¿Cómo? Situando a más de un hombre a su espalda cuando todavía se encuentra en tu mitad del campo y, con sus compañeros, te empieza a ejercer la presión. Hace falta evitar que Busi se sienta cómodo, como hizo el miércoles contra el Valencia, cuando se podía concentrar en la presión y mirar adelante porque no tenía nadie de quien estar pendiente a su espalda. Si sólo pones a un hombre en punta, la línea de paso entre la pelota que intentas sacar y este jugador, a espaldas de Busi, es fácil de cubrir. Si pones dos, ya es más difícil. Tres, imposible.

El análisis me llamó mucho la atención porque, aunque cueste mucho hacerlo gráfico en lenguaje escrito, tiene la lógica de quien ve el deporte con claridad. Para desenredar la complejida­d del juego a menudo sólo hay que recordar las simples normas sobre las cuales se construye. ¿La primera? Que el fútbol se juega con los pies. ¿La segunda? Que se gana conquistan­do la espalda del adversario. Dos obviedades, quizás, de acuerdo. Pero nunca las tenemos lo bastante en cuenta.

Superar al rival, ya sea con un regate, ya sea con una pared, quiere decir dejarlo de espaldas a la pelota. Cuando has ganado la espalda del último jugador rival, que es el portero, es que has marcado un gol. El túnel debe ser la acción más humillante porque coge el camino más rápido hacia tu espalda y te deja tan fuera de juego como un escarabajo panza arriba.

También es por eso que describimo­s como una pirueta espectacul­ar, una maravilla del fútbol, cualquier gesto

El túnel debe ser la acción más humillante porque toma el camino más rápido hacia tu espalda

técnico que desmiente la premisa de que la espalda de un jugador no sirve para nada. La chilena de Rivaldo, los tacones y globo atrás de Ronaldinho, la cola de vaca de Romário, la vueltecita de Xavi o la pasada mirando hacia otro lado de Laudrup rompían esta convención. Por eso los recordamos. El cuarto gol de Suárez, el miércoles, cuando recibe casi de espaldas la pelota y la clava colocadísi­ma en la portería sin mirar, es un prodigio. Me recordó un regalo que le hicimos a Larsson con motivo de una entrevista en Barça TV, la temporada 2005-06, después de haberle marcado un gol al Zamora, en que había corrido hacia la portería contraría de espaldas al pase que le llegaba de lejos, largo y bombeado. Antes del control orientado con que superó al portero, mientras corría hacia delante, tuvo que girar la cabeza dos veces atrás, ahora por la derecha ahora por la izquierda, para ver por dónde le iba llegando el balón. Le regalamos una montura que, en vez de sujetar lentes para los ojos, desplegaba dos grandes retrovisor­es a ambos lados.

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