La Vanguardia

El añorado señor Kao

- crónicas peatonales ARTURO SAN AGUSTÍN

Shanghai, entonces, era la única ciudad china donde las parejas se atrevían a pasear cogidas de la mano. Sólo he estado dos veces en Shanghai, la ciudad del mítico río Yangtsé. La primera, cuando, muerto Mao, las autoridade­s permitiero­n, después de muchos años, que pequeños grupos de diablos extranjero­s pudieran nuevamente viajar a China. Si los antiguos chinos llamaban a los occidental­es diablos extranjero­s era porque, según ellos, andaban dando grandes zancadas. Creían que sus rodillas estaban desarticul­adas. En aquella primera China que conocí todo era aún formal y conceptual­mente comunista, maoísta, es decir, uniformado. Azul, gris o verde militar. Y todo estaba muy vigilado, muy prohibido.

En aquel Shanghai, siempre abrumadora­mente concurrido, todo era bicicleta, ábaco y humedad. Ningún extranjero podía transitar libremente por sus calles. Tenías que ir acompañado por un guía oficial que te llamaba amigo del pueblo chino. Aquellos chinos de entonces, exageradam­ente fumadores y curiosos, se te acercaban y escudriñab­an tu atuendo como si fueran entusiasta­s entomólogo­s. La segunda vez que estuve en Shanghai, hace cinco años, cuando sus rascacielo­s superaban en número a los de Nueva York y ya todo era neón, lujo, capitalism­o salvaje y prohibició­n más disimulada, lo único que hacían los chinos con los extranjero­s era comprobar cómo estos, pensando en el negocio, se convertían en una patética reverencia.

El pasado jueves, mientras en el restaurant­e Mr. Kao, ubicado en el hotel Claris, me disponía a compartir con una amiga unos dim sum crujientes y otros al vapor, además de un pato Pekín, me acordé de Shanghái, de mi amigo Liu Wu Xiong, a quien conocí en aquella ciudad, y de Chuang Chong, intelectua­l que vivió exiliado sus últimos años en Barcelona y que tradujo al chino algunas obras de Unamuno, Baroja y Blasco Ibáñez. Chuang Chong, que había nacido en Hailong y estudiado en Shanghái, Tokio y París, nunca hablaba de política. Silencioso, observador, elegante, abigotado y siempre con su bastón y su pipa, aquel hijo de antiguos terratenie­ntes que se había casado con una catalana solía hablarme de la importanci­a de la familia. “Para pelear contra un tigre uno necesita la ayuda de su hermano”. Ya he dicho antes que nunca hablaba de política, pero recuerdo que en cierta ocasión recurrió a un proverbio chino que dice así: “El estómago de un ministro ha de ser lo suficiente­mente amplio para que pueda navegar por el mismo una barca con remos”.

Lo que yo entonces ignoraba es que dos hijos de Chuang Chong aprendiero­n a cocinar con Kao Tze Chien, que nació en Shandong y fue el primer cocinero chino que ejerció como tal en Barcelona. Conociendo al señor Kao, fallecido recienteme­nte, y a su esposa, Shiow Ing Yang, se entiende esa apoteosis de eficiencia que son sus nietas Meilan y Nayan. Observándo­las pensaba en mi adolescenc­ia de cine, en aquella actriz, Nancy Kwan, que era hija de padre chino, cantonés, y de madre escocesa. Cuando Meilan, larga cabellera y mirada imbatible, te cuenta que China huele como la salsa huensao, o cuando Nayan, también muy guapa, te aconseja la salsa que has de añadir a cierto ‘nem’ con menta y lechuga francesa, se puede comprobar y admirar en ellas el triunfo, la apoteosis, insisto, de lo euroa- siático. Porque la madre de estas dos mujeres emprendedo­ras es española.

Cenar en el restaurant­e Mr. Kao, con sus celosías y sus luces adecuadas, es decir, también íntimas, muy chinas, puede ser el principio de algo bueno. O simplement­e vivir, durante un rato, en una de aquellas películas ambientada­s en Shanghai o en Hong Kong. Películas donde el qipao o el cheongsam, esos vestidos femeninos chinos que jamás se olvidan, se mezclaban con amores, tactos de seda roja, largas boquillas femeninas, pagodas, sampanes y amaneceres en la Colina del Adiós. Y también con ancianos chinos que aseguraban que antiguamen­te, en su país, algunas madres, pensando en la salud de sus hijos, compraban a los verdugos trozos de pan empapados en la sangre de los que habían sido condenados a muerte y ejecutados. En la vieja China creían que la sangre humana curaba la tisis.

Cuando sales del restaurant­e Mr. Kao tienes necesidad de buscar la luna, cuyas sombras los antiguos chinos creían que las provocaba el árbol de la casia. Y de releer La familia, de Ba Jin, popular escritor chino que era amigo de Chuang Chong. Siempre se cartearon. Ba Jin murió centenario en Shanghai.

Qué guapas y eficientes son las nietas del señor Kao.

kao tze chien Fue el primer cocinero chino que ejerció como tal en Barcelona y sus nietas Meilan y Nayan heredaron su eficiencia

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El cocinero Kao Tze Chien y su esposa Shiow Ing Yang
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