La Vanguardia

Un día para cada especie

- Llucia Ramis Barcelona

El martes fue el día de la marmota. Al salir de la madriguera, Phil no vio su sombra, estaba nublado. Eso significa que la primavera está al caer en Estados Unidos y Canadá. Aquí la primavera llegó tras el verano. El martes también fue El dia

de la sípia que, como el de la marmota en la película de Harold Ramis, se repitió en Canal 33.

Dado el éxito de afluencia, el estreno del documental, en la Filmoteca de Catalunya, desbancó de la sala grande a El último tango en Pa

rís. La capital francesa –lluvia en el suelo– no se acaba nunca y enmarca el encuentro entre el escritor Enrique Vila-Matas y Miquel Barceló cuando este quiso retratarlo con lejía. En su estudio hay cuadros de su madre y de Pere Gimferrer, Biel Mesquida, Albert Serra, Modiano, despintado­s con el mismo sistema, a ciegas, pinceladas sobre una tela negra que se irá destiñendo por el efecto del líquido corrosivo. Yo también tomo apuntes a ciegas, en la sala de la Filmoteca a oscuras. El resultado no será visible hasta más tarde. Cuando empieza a dolerle la barriga, antes de intoxicars­e, lo deja.

Vila-Matas y Barceló se conocieron hace décadas, pero no habían vuelto a coincidir. Tienen amigos en común de una generación que José Carlos Llop ha recuperado en

Reyes de Alejandría ( Alfaguara). La Barcelona de los 70 fue música, sexo sin miedo, sandalias, pelo y hachís, humo de cigarrillo­s para cubrirse la papada y hacerse los interesant­es, euforia, melancolía y pisos de estudiante­s. Algunos se quedaron por el camino. “Estábamos todos enamorados de Paula”, le confiesa Barceló a Vila-Matas en un taxi, y desde la butaca no alcanzo a ver qué cara pone ella. Ha venido con su hermano Pep Massot, Cristina Fernández-Cubas, Carolina López, Andreu Jaume. En la entrada, antes de empezar, la directora de la Institució de les Lletres Catalanes, Laura Borràs, esperaba al nuevo conseller de Cultura, Santi Vila. El director del documental, Emili Manzano, ha realizado un western: dos llaneros solitarios, cara a cara, se desdibujan el uno en el otro. Le ponen nombre a una exposición: Sipiesca, “como Dublinesca”. Grita la guitarra de Publio Delgado. Entre el público estaba el premio Goncourt Mathias Enard.

Otro Goncourt, Pierre Lemaitre, participó el miércoles en BCNe- gra. El director del Festival, Paco Camarasa, prefiere el Gold Dagger a la mejor novela criminal que el autor recibió por Alex. Aunque, como Lemaitre le dijo a Álvaro Colomer sobre el escenario del Conservato­ri del Liceu, “lo extraordin­ario en Francia es que no te galardonen”. Hasta la concesión del más prestigios­o por Nos vemos allá

arriba (Salamandra/Bromera) la Academia no se lo tomó en serio; suele pasar con la novela de género.

Hablaron del protagonis­ta de su tetralogía, Camille Verhoeven, un detective de metro cuarenta y cin- co que nació con hipotrofia a raíz del tabaquismo de su madre. Es un homenaje a Tolouse Lautrec, y su apellido, flamenco, hace referencia a las luces y sombras de la pintura de la Escuela de Flandes, en la que, como en las intrigas, la verdad está en los detalles. Hablaron de las mujeres en su obra, casi siempre en dificultad­es por culpa de un hombre, y también de la vez que no pudo dormir porque el Times tenía que entrevista­rle. Cuál no fue su decepción al ver que el titular era: “Encuentro con el nuevo Stieg Larsson”. Cree que la hegemonía de la novela escandinav­a corres- pondía a un momento “bastante depresivo” y ya pasó, se pregunta cómo reflejará la literatura los atentados de París: “Empieza un nuevo periodo en el que todo cambia muy rápido”.

El jueves fue el Friends Day, se cumplían doce años desde Mark Zuckerberg escribió el primer código de Facebook. También fue El

dia que vaig aprendre a volar o, en todo caso, el día que se presentó en La Calders este bello libro de Stefanie Kremser, publicado por 1984. La autora construye un mundo delicado y brutal a través de los ojos de una niña sin madre, lo describe con combinacio­nes inesperada­s y algún concepto inventado que a Anna Punsoda le costó traducir. Por suerte, descubrió que había heredado una lengua muy rica de su abuela, de Tàrrega. Demasiado rica, incluso. Al revisar las pruebas, Jordi Puntí le decía: “¡Esto no sale ni en el Alcover-Moll!”. Tuvieron una larga conversaci­ón escatológi­ca acerca de la palabra palter. “Es un montón de mierda, el

cagalló es más disperso”, explica Punsoda, “pero ¿hacen los humanos

palters o sólo las vacas?”.

El editor Josep Cots lee un fragmento en el que São Paulo se abre como una aventura. Miquel Adam habla de un pueblo bávaro en la selva venezolana. Los alemanes también fueron emigrantes. En la pared de la librería hay una W. El día del Wa

tusi fue un 15 de agosto, y la semana pasada se celebró con un homenaje y rumba la nueva edición en Anagrama de esta novela de Francisco Casavella. Pronto se presen

tará El dia del cérvol, de Marina Espasa, publicado por L’Altra Editorial. Y así pasan los días de sepias, ciervos, niñas voladoras, amigos alejandrin­os, watusis y marmotas, en una primavera que, como París, no se acaba nunca.

Emili Manzano filma el encuentro entre Enrique Vila-Matas y Barceló cuando este quiso retratarlo con lejía

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