EE.UU. y Rusia anuncian otro incierto alto el fuego en Siria a partir del 27
Hace tiempo escribí que “la guerra de Siria es la sepultura de la información”. Concebido el régimen baasista como un “puro estado de barbarie”, olvidando el sanguinario fanatismo de los islamistas Hermanos Musulmanes, la vulnerabilidad de minorías como la cristiana o la alauí –“los cristianos a Beirut, los alauíes a la tumba”, proclamaban pancartas del principio de la rebelión– se impuso esta interpretación sobre la guerra, sólo atenuada a regañadientes con la eclosión del Daesh (acrónimo en árabe del Estado Islámico). Todavía hay opiniones que comparan el Gobierno de Damasco con el grupo yihadista.
Los Gobiernos de Washington y de Moscú anunciaron ayer un alto el fuego en Siria que debería entrar en vigor el próximo sábado 27, aunque es muy poco probable que se cumpla en el campo de batalla, como no se cumplió el que debía instaurarse el viernes de la semana pasada. El secretario general de la ONU, Ban Ki Mun, celebró el acuerdo como una “señal de esperanza” para los sirios y exhortó a todas las partes a respetarlo.
El comunicado difundido por el Departamento de Estado norteamericano precisa que la interrupción de hostilidades no concierne ni al EI ni al Frente al Nusra, rama de Al Qaeda en Siria, considerados organizaciones terroristas por Estados Unidos y Rusia, que prosiguen los bombardeos contra ellos.
Coincidiendo con este anuncio, el presidente Bashar el Asad, ha
anunciado mediante un comunicado la convocatoria de elecciones parlamentarias el próximo 13 de abril, unos comicios en los que se incluyen regiones como Al Raqa o Idlib, que están controladas, en el primer caso, por el grupo yihadista Estado Islámico y, en el segundo, por una coalición de grupos armados islamistas, rebeldes y terroristas.
Hay una insistencia informativa en tratar los incesantes planes de negociación internacional, de proyectos de limitados acuerdos de alto el fuego, cuando de hecho la guerra no sólo se alarga en el tiempo, sino que se extiende en una complicada red de toda suerte de injerencias extranjeras –Rusia se enfrenta a Turquía; Turquía lucha con los kurdos; los saudíes con los iraníes; la confusa y heterogénea coalición internacional contra el Estado Islámico...–, que se superponen al hecho primordial de los combates del ejército sirio con los numerosos grupos de la oposición en su difícil tentativa de recuperar territorios perdidos, como los barrios de Alepo o pasajes de la Guta, antaño el oasis paradisiaco de Damasco.
La ayuda decisiva de la aviación rusa dio oxígeno al ejército regular sirio, muy erosionado por sus bajas mortales y por los exhaustos soldados que aún permanecen en filas desde el principio de la guerra. Bashar el Asad va ganando terreno en el campo de batalla y en el ámbito internacional, pero aún no ha ganado la guerra.
Una guerra que los mortíferos atentados del pasado domingo en Homs o en el santuario chií de Sayeda Zeinab, en las afueras de Damasco, podrían prolongar.
Uno de los objetivos militares del régimen es cortar las vías de comunicación entre la frontera turca y Alepo por la que llegan refuerzos de hombres y armas a los combatientes yihadistas. Cuando el Gobierno de El Asad pueda recuperar el control de las fronteras con Turquía, Iraq y Jordania, asegurará su territorio. Los insurrectos supieron desmantelar y apoderarse de los puestos fronterizos al principio de su lucha.
Con la imposibilidad de llegar a un acuerdo de paz global, los negociadores intentan conseguir altos el fuego locales que por lo menos alivien a la población civil. Pero el régimen no esta dispuesto a cesar sus bombardeos, aunque no descarte negociar con sus enemigos, cada vez más debilitados.
El presidente Bashar el Asad ha anunciado la convocatoria el 13 de abril de elecciones parlamentarias