Guerra del agua en Delhi
La India del millón de motines simultáneos de la que escribía V. S. Naipaul parece estos días concentrada a las mismas puertas de su capital. Una vez más, la revuelta de una casta sedienta de discriminación positiva apunta a Nueva Delhi. Esta vez, sin embargo, golpea con la precisión clínica de una subcasta –los jats– que entiende de logística y violencia, puesto que de ella se nutren en gran medida las filas del ejército y la policía. Y no son precisamente bárbaros: varios de sus pueblos ancestrales han sido absorbidos por la Gran Delhi y muchos más se encuentran en los estados limítrofes.
La protesta, que se ha cobrado ya una veintena de muertos en Haryana, sólo se relajó a última hora de ayer, después de que el gobierno de dicho estado se comprometiera a tratarla en su próxima asamblea. Un alivio para Nueva Delhi, que ya tenía la soga al cuello, con restricciones de agua para más de diez millones de ciudadanos a causa del sabotaje en un canal. Además, desde el fin de semana, un millar de trenes han sido suspendidos, por ocupación de las vías en el vecino estado de Haryana, donde una docena de estaciones han sido incendiadas.
Asimismo, la ocupación de la principal autopista del país –la antigua Grand Trunk Road– aisló de Nueva Delhi a otros estados, como Punjab, Himachal Pradesh y Cachemira, por lo que terminó enviándose al ejército, que respondió a las piedras con balas. Ayer hubo tres muertos en Sonipat, lo que eleva a 19 muertos y más de 150 heridos el número de víctimas desde que hace diez días se inició el desafío.
A causa del agua, las escuelas de Nueva Delhi no abrieron ayer sus puertas. Una sobreactuación, en opinión –para La Vanguardia– del edil Shailander Singh, jat: “El 30% de las escuelas, de todos modos, no disponen de agua corriente y otro 50% dependen de pozos”. El canal saboteado, Munak, que suministra dos quintas partes del agua de Delhi, fue recuperado por el ejército ayer por la mañana.
La protesta de los jats, que no son precisamente jornaleros, sino terratenientes, subraya una de las paradojas de la democracia india. Castas medias que durante siglos pelearon por enaltecer su estatus frente a otras ahora se esfuerzan por rebajarlo. En busca, claro está, de la discriminación positiva consagrada en la Constitución. Menos es más: más plazas en la enseñanza y más empleos gubernamentales, por cuotas de casta. Aunque en un principio estas cuotas sólo se aplicaban a los parias y a las poblaciones tribales, desde 1990 se creó la figura de las Otras Castas Atrasadas (OBC por sus siglas en inglés) que ha cambiado la aritmética política india.
La mayoría absoluta del BJP de Narendra Modi, hace dos años, parecía que revertía los avances de los partidos de casta, pero fue sólo un espejismo.
El Tribunal Supremo ha negado a los jats –siete millones en Haryan– los privilegios de las castas inferiores y por eso han vuelto a la calle.
En Hauz Khas Village, localidad jat que se ha convertido en la zona nocturna más de moda en Delhi, Goverdhan Singh justifica las protestas: “Otras castas a las que consideramos hermanas, con las que fumamos el narguile, como los yadav o los gujjar, han sido reconocidas como OBC en Rajastán o Uttar Pradesh. ¿Por qué nosotros no en Haryana?
Los jats, como los sijs, no han privilegiado la educación al mismo nivel que otras castas relativamente acomodadas. Mientras que la dispersión de la tierra y su rendimiento agrícola muy por debajo de los servicios e incluso de la industria han socavado su posición relativa.
Al mismo tiempo, muchas de sus fincas, adquiridas por el Estado a bajo precio y luego recalificadas, por su cercanía a Delhi, alojan ahora edificios de oficinas a los que no tienen acceso ni por su educación ni por los prejuicios de las castas altas. De ahí que ahora recurran al socorro estatal.
Un sabotaje causa 20 muertos y deja a diez millones de personas sin agua en Nueva Delhi La casta de los jats recurre a la violencia para rebajar su estatus y reclamar derechos