Obispos catalanes
Quizás fue en el piso familiar en la ronda de Sant Pere. Tal vez en su librería, la militante Signe, desaparecida, en el chaflán de Mallorca con Bruc. La radio está marcha. Escucha Radio Vaticano.
Hacía cuatro días, no muchos más, que había concluido el concilio Vaticano II. Él, que es quien escucha, es Josep-Rafel Carreras de Nadal. Había seguido el concilio, esperanzado como tantos, y estaba comprometido con el activismo nacionalista de oposición que intentaba que su voz singular se escuchase en Roma. Desde cruzar la frontera con maletas llenas del documento “Missatge dels catòlics catalans”, redactado en una primera versión por él mismo, hasta una petición, difundida clandestinamente también, al obispo Modrego para saber si se estaban elaborando los textos de la liturgia en catalán. Y aquel 22 de febrero de 1966, atento a la radio, tal vez sintió que el esfuerzo de los últimos años no había servido para nada. Nuevo obispo en Barcelona. Marcelo González Martín. No sería catalán. Venía de Astorga.
Descuelga el teléfono y llama a su amigo Albert Manent. La red se pone en acción. Conspiración en marcha. Manent baja escaleras, sale del portal, se encamina hacia la izquierda, pocos metros en Craywinckel, sube otras escaleras, toca el timbre. Abre Jordi Carbonell. Llamarán una vez y otra a Astorga hasta que consiguen bloquear la centralita. Se envían los primeros telegramas. Josep Benet contacta con corresponsales cómplices de la prensa extranjera. Pronto habrá pintadas en iglesias. Tienen un eslogan potente: “Volem bisbes catalans”. Carreras de Nadal viajará a Roma para llamar a las puertas del Vaticano y, con el aval de dirigente de Unió Anton Cañellas, informar a figuras de la democracia cristiana italiana.
No fue una gamberrada nacionalista. Por una parte, se ponía en cuestión la autoridad del nacionalcatolicismo en el poder, pero sobre todo se trataba de impulsar un cambio que, si se producía, podría reforzar los vínculos de la feligresía con su diócesis. Batallando por un determinado cambio institucional se hacía Iglesia y se hacía política. La aceleración de la protesta, en la Barcelona de 1966, no pararía de crecer.