Hambre de inteligencia
El ensayista David Rieff denuncia en ‘El oprobio del hambre’ la lacra que el voluntarismo y la ingenuidad suponen para la lucha contra la desnutrición
Si pidiéramos al filósofo Javier Gomá (Bilbao, 1965) que definiera a David Rieff (Boston, 1952), ensayista e historiador, seguro que lo encajaría cómodamente en una de las tipologías de sus recientes microensayos –reunidos por Galaxia Gutenberg en Filosofía mundana–: David Rieff es un aguafiestas. Si en Contra la memoria (Debate, 2012) enterraba, tal vez de forma definitiva, la validez intelectual de la política de conmemoración de las desgracias colectivas –desmontaba el aserto de George Santayana “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla” con idéntico vigor con que criticaba los museos del holocausto–, en su más reciente obra, El oprobio del hambre ( Taurus), desbarata el optimismo con el que instituciones internacionales, científicos y organizaciones no gubernamentales afrontan la lucha contra el hambre. Y para ser más irritante, ni siquiera ofrece una respuesta alternativa, más allá de una “solución muy débil, que pasa por que los gobiernos, los estados, recuperen cuotas de poder y decisión”, explica.
“Hemos acabado con las hambrunas, cierto, al menos el tipo de hambrunas letales que habíamos experimentado a lo largo de la historia humana ya no se han vuelto a dar, salvo en lugares muy concretos y casi siempre debidas a causas políticas. Como ocurre en Corea del Norte”. Pero la lucha contra la malnutrición es muy otra cosa a su juicio: “La hambruna es una emergencia, puedes intervenir y conseguir paliarla. Se han desarrollado alimentos muy eficaces para actuar allí donde ocurren. Pero la malnutrición que se prolonga en el tiempo, estructural, no sobrevenida, exige cambiar las sociedades para combatirla”. Rieff escruta en su nuevo libro a los principales actores de la batalla contra el hambre, a los que considera utópicos, cada uno a su modo, y poco realistas en general: identifica tres utopías vincu- ladas a la lucha contra el hambre y la pobreza. La utopía liberal, una combinación de mercado y ciencia; la utopía de la solidaridad, referida a la acción de las ONG y las instituciones internacionales, y la utopía de la revolución. “Admito que la combinación de las tres ha hecho que avancemos mucho, pero no hay ningún motivo para pensar que ese progreso es duradero, y mucho menos, que el problema del hambre se va a acabar para el año 2030, o 2050, como plantean los Objetivos del Milenio”. Tal optimismo “que en Estados Unidos está establecido como una obligación moral (...), descansa en la vanidad de los que están vivos, es decir, vivimos pensando que porque estamos vivos en este momento histórico, nuestra época es muy especial, diferente de las demás. Un vicio muy propio del periodismo, por cierto”, asaetea Rieff, que es hijo de la desaparecida escritora Susan Sontag, a cuya célebre obra Contra la interpretación homenajeaba el título de su anterior ensayo.
Enfrentado, pues, al determinismo de quienes creen que es ahora, que lo vamos a lograr, huye a la vez de “los apocalípticos, por citar al desaparecido Umberto Eco: “El problema de los apocalíp- ticos es que no responden a la pregunta más importante: ‘Entonces, ¿qué hacemos?’”. Se explica: “Mire, yo no creo en La doctrina del shock ni en ese tipo de enfoques como los de Naomi Klein. Pienso que la gente se equivoca, pero no que actúa deliberadamente de forma inmoral. He sido muy crítico con el FMI y con otras instituciones, pero no creo que la gente se despierte por la mañana en Virginia y vaya a su despacho en Washington pensando cómo cargarse Burkina Faso. Klein sí lo cree, lo considera una especie de terrorismo del capital. Pero suponiendo que ella tuviese razón… ¿qué hacemos? Porque el capitalismo no va a cambiar de hoy para mañana, el Apocalipsis no va a llegar ya. ¿Qué hacemos con la gente que tiene hambre ahora, que es pobre hoy? Decir que otro mundo es posible, en caso de que fuera cierto, no es suficiente”.
La recepción crítica de El oprobio del hambre en Estados Unidos concita una cierta unanimidad: sus críticos reprochan la ausencia de recetas. “Se me da mejor analizar que dar soluciones, lo admito. Soy bastante bueno o incluso muy bueno exponiendo contradicciones y despedazando ideas. Y aunque no se me dé muy bien ofrecer soluciones, creo que las críticas en sí mismas son necesarias”.
Pero Rieff asume que no todo el mundo piensa así, y bromea con el argumento del Gran Inquisidor, que aparece en Los hermanos Karamazov: el hombre que rechaza una segunda venida de Jesús aduciendo que la humanidad necesita fe, no la libertad que el nazareno quiso darle. “A raíz de publicar Contra la memoria, he debatido mucho con Tzvetan Todorov, cuyos argumentos yo criticaba con dureza. Y llegado un punto, él me acusaba de hablar como si fuera un extraterrestre. Me decía que no importaba si lo que yo sostenía –que la conmemoración de tragedias, más que evitarlas, induce a su repetición– era cierto, que la gente necesita la memoria como antaño necesitó la fe. Y quizá tiene razón, pero lo que yo sé hacer es esto”.
CONTRA LA UTOPÍA “Creer que vamos a acabar con el hambre en el 2030 es vanidad generacional”
CONTRA EL APOCALIPSIS “Los apocalípticos, como Naomi Klein, no resuelven qué hacer ahora”
UNA RESPUESTA “Mi solución es muy débil: los gobiernos deben recobrar poder de decisión”