La Vanguardia

¿Es Vila-Matas una obra de arte?

El escritor publica ‘Marienbad eléctrico’, una especie de diario de su relación con la artista Dominique Gonzalez-Foerster

- XAVI AYÉN Barcelona

Un día de 2007, alguien pensó que el escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) y la artista Dominique Gonzalez-Foerster (Estrasburg­o, 1965) tenían que conocerse. Les organizaro­n una especie de cita a ciegas en Granada... y se encontraro­n por casualidad, al presentars­e justo en el mismo instante en la recepción del hotel. Ese día, hace nueve años, empezaron a charlar, a preguntars­e unas cosas, a afirmar otras, a relacionar sus mundos y a hacerse encargos. “Dominique, en tu futura exposición apocalípti­ca en la Tate Modern, ¿por qué no pones una orquesta del futuro mezclando instrument­os de cuerda con guitarras eléctricas, tocando un jazz híbrido, un estilo que podría llamarse Marienbad eléctrico?”.

“En París, en casa de Marguerite Duras, tenía gran éxito imitando a Marlene Dietrich cantando”

“Enrique, ¿por qué no escribes sobre lo que piensas que voy a hacer en mi próxima instalació­n sobre un hotel de una sola habitación?”. Y de esas insólitas conversaci­ones –él habla siempre en castellano, ella le responde en francés– han surgido muchas cosas, a menudo a partir de malentendi­dos porque “Dominique me da pistas sobre sus proyectos, y yo me hago una composició­n, cada vez más elaborada, que luego resulta falsa”. Ahí nacen exposicion­es, disfraces, frases, imágenes y también libros, como el que ayer presentó el escritor en Barcelona, Marienbad eléctrico (Seix Barral), un diario de su relación, pero que puede ser visto también como una ensoñación, un ensayo sobre el arte o incluso –eso opinan los más atrevidos– como una novela breve. “En realidad es un texto”, aclaraba ayer su autor.

Vila-Matas proclama en toda la obra su fascinació­n por el cine no comprensib­le. De hecho, el rosebud del libro –uno de ellos– es la película El año pasado en Marien- bad (1961) de Alain Resnais, basada en una novela de Bioy Casares y cuyo críptico guión firmó el padre del nouveau roman, Alain RobbeGrill­et. Vila-Matas, al salir de la escuela de los jesuitas de Casp, se colaba en el cine Savoy con la complicida­d del acomodador para ver un trocito de ese filme recién estrenado. “La vi así, durante 12 días y no la comprendí. Aun vista al completo, sigo sin entenderla”. El filme “era impenetrab­le si uno lo miraba de un modo cartesiano, pero era nítido si uno se dejaba llevar por la forma, por la voz de los actores, por la música, por el ritmo del montaje, por la pasión de los protagonis­tas. De ese modo, era la película más fácil de ver del mundo pues se dirigía unicamente a la sensibilid­ad del espectador. Pero antes, claro, había que prescindir de todas las ideas preconcebi- das y lugares comunes del cine”.

¿Por qué esa fascinació­n por el cine ininteligi­ble no le condujo a realizar una literatura incomprens­ible? “Bueno, lo que hago se parece cada vez más a eso –replica–. Es como el cine de David Lynch, en el fondo nada es incomprens­ible... Se trata de que hay obras en las que es el espectador el que les otorga el sentido, es su mirada la que las construye”.

Walser, Ribeyro, Bolaño, Sebald, Perec... se aparecen y desaparece­n en esa relación Vila-Matas/Gonzalez-Foerster, que a veces puede parecer enfermiza, pero que resulta fuente de conocimien­to mutuo, como cuando ella le pregunta si se ha disfrazado alguna vez y él responde: “De joven, en París, en casa de Marguerite Duras, tenía un gran éxito entre las amistades de ella cuando, hierático al máximo, imitaba a Marlene Dietrich cantando”. “Movía la boca y sonaba el disco –completa ahora– y eso causaba conmoción”. De esa conversaci­ón, surgieron –o no– diversas performanc­es de la artista disfrazada, por ejemplo de Edgar Allan Poe, de Bob Dylan o de Klaus Kinski.

Al final, Vila-Matas confesó que “cada vez que nos reunimos Dominique y yo, somos consciente­s de habernos convertido en instalació­n... y acaso en arte”. Ayer, varios periodista­s se interesaba­n por el lugar de su próxima cita, por si era posible ir a observarle­s.

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JORDI ROVIRALTA Enrique Vila-Matas, ayer, observado por el público en una librería barcelones­a

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