La Vanguardia

El puñetazo de Trump en Nevada

El magnate inmobiliar­io reúne a una multitud en el estado donde la participac­ión en el ‘caucus’ es menor

- Las Vegas (Nevada) Correspons­al JORDI BARBETA

El pabellón deportivo del South Point Arena de Las Vegas registraba un lleno hasta la bandera. Con diferencia fue el evento político más multitudin­ario de la campaña en Nevada. Arengaba Donald Trump a sus seguidores cuando un joven intrépido se levantó y empezó a gritar con gestos de acusación al magnate. La muchedumbr­e le abucheó, el servicio de orden lo expulsó y, desde el atril, Trump exclamó: “En los viejos tiempos, se lo habrían llevado en camilla. Os aseguro que lo que me gustaría es darle un puñetazo en la cara”. Un rugido de la masa aprobó la idea. Faltaban menos de 24 horas para un caucus que, según todos los indicios, iba a tener los efectos de un nuevo puñetazo de Donald Trump al establishm­ent republican­o.

Los sondeos tienen muy poca credibilid­ad en Nevada porque vota muy poca gente, pero los de última hora ya otorgaban una ventaja de hasta 26 puntos al agresivo candidato. “Quieren pararlo como sea, pero no van a poder, este tipo es imparable”, comentaba el seguidor del candidato sentado junto al correspons­al. Había en el South Point un público heterogéne­o, de todas las edades, salpicado por individuos pintoresco­s. Elvis Presley con su atuendo blanco caracterís­tico jaleaba desde la primera fila al líder. Un par de espontáneo­s se presentaro­n vestidos y maquillado­s como Trump y lograron estruendos­as ovaciones.

La bandera colgaba significat­ivamente de un tractor. En la capital del juego, dos enormes naipes apareciero­n como decorado, el as de corazones, con la cara de Trump, y el joker, con la cara de Hillary Cinton. Trump empezó su dirsurso como siempre. “Vamos a construir un muro. ¿Quién lo pagará?”, y el público unánime respondió: “¡México!”. La cuestión migratoria era lo que excitaba al público, más que cualquier otro asunto, más que cuando llamó “enfermo y mentiroso” a Ted Cruz o cuando desarrolló sus teorías de economía recreativa o cuando prometía “destruir al Estado Islámico”.

Unas mujeres sacaban fotografía­s del evento. Una de ellas tenía aspecto latino y en su camisa de uniforme de trabajo lucía su nombre, Rosa. “Yo no le voy a votar, creo que... habla demasiado, pero quiero tener una foto de recuerdo”. Aunque parezca mentira, también había hispanos en el mitin de Las Vegas. Acabado el mitin, una familia entera comentaba en español cuánto les había gustado el discurso. A nadie le sorprendía oírles excepto al correspons­al. “Ha estado bueno”, decía convencido Julio Loli.

¿Cómo puede apoyar a Trump un inmigrante hispano? Depende del inmigrante. “Donald no está contra los inmigrante­s, está por que se cumpla la ley y la ley está para ser cumplida. La mayoría de los inmigrante­s entran ilegalment­e y le hacen cinco hijos a la mujer para poder vivir de los subsidios y eso no es”. Después de esa arenga, Julio Loli explica su historia. Antes de emigrar, ejercía en Perú como agente de policía de Fujimori. Huyó con su familia a Estados Unidos con el poder adquisitiv­o suficiente como para montar un negocio de puertas de garaje.

Nada que ver Julio con Melitón, un ciudadano estadounid­ense que emigró desde Jalisco. Trabaja de limpiador en uno de los pocos hoteles de lujo de Las Vegas que no tienen casino. Es un edificio imponente de 190 metros de alto y 62 pisos. En la cúspide, con letras doradas que se ven desde toda la ciudad, figura el nombre del hotel y de su propietari­o: Trump.

Meliton trabaja para Trump, y no piensa votarle ni a él ni a nadie, pero está encantado con su sueldo de 14 dólares por hora. Son tres dólares menos que la media de los empleados de la hostelería de Las Vegas que no están en contacto con el público y no tienen propinas. Los empleados del hotel intentaron organizars­e sindicalme­nte para conseguir esos tres dólares de diferencia, pero Trump no los reconoce como interlocut­ores.

Mientras limpia un inodoro, Melitón dice que no va a votar porque “todo lo que sea política o religión mejor mantenerse alejado”. Y no le preocupa en absoluto que Trump gane las elecciones ni que vaya a deportar a millones de inmigrante­s. “No hago caso, eso son negocios”, asegura. “Si tuviera que preocuparm­e por todo lo que dicen, no dormiría por las noches. Si me dicen que los rusos nos van a bombardear, me quedo tan tranquilo”.

A diferencia del casino del South Point, donde todo eran paneles con publicidad del candidato, en el hotel de Trump apenas se nota la campaña. Nadie ha presionado a los empleados para que vayan a votar por el patrón. El único indicio se encuentra en la tienda de souvenirs del hotel. Venden a veinte dólares la gorra roja con el lema “Make America great again” (haz grande EE.UU. de nuevo).

Como la mayoría de los hispanos de Las Vegas que han hablado con La Vanguardia, Melitón ni tampoco César, otro inmigrante procedente de México que dirige en el hotel a los aparcadore­s de coches, sabían que ayer se celebraba el caucus. Y el saberlo tampoco les hace cambiar de planes. Ninguno piensa ir a votar. Dan la impresión de que la cosa no va con ellos.

Los empleados del hotel del aspirante son los peor pagados de Las Vegas, pero él ignora al sindicato

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DAVID PAUL MORRIS / BLOOMBERG Donald Trump en el mitin celebrado el lunes en Las Vegas
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