La Vanguardia

Hacia el fin de Guantánamo

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LA historia del penal de Guantánamo atenta contra el derecho vigente en las democracia­s avanzadas y puede, por tanto, ser calificada de ominosa. Tras los atentados del 11-S, la Administra­ción norteameri­cana entonces presidida por George W. Bush decidió habilitar en suelo cubano esta cárcel para personas sospechosa­s de estar vinculadas al yihadismo. La excepciona­lidad de aquel momento hizo pensar al gobierno de Estados Unidos que era posible vulnerar sus propios principios sin consecuenc­ias. Pero aquello que se construye fuera de la ley suele generar y encadenar nuevas rupturas de la legalidad. Así lo han mostrado los hechos posteriore­s. En Guantánamo se ha retenido desde a ancianos aquejados de demencia senil hasta a adolescent­es de 14 años, con el –a menudo vano– afán de sonsacarle­s informació­n. Se ha privado indefinida­mente de libertad a detenidos sin cargos; se les ha negado el derecho al hábeas corpus, el amparo de la justicia norteameri­cana o el que garantiza la convención de Ginebra para prisionero­s de guerra. Entre tanto, se les han infligido reiterados malos tratos. Está fuera de discusión que hay que combatir al yihadismo sin tregua. Pero quizás la manera en que se ha hecho en Guantánamo no sea la mejor.

Nada más llegar a la Casa Blanca, el presidente Barack Obama proclamó su intención de cerrar Guantánamo. Al parecer, no le ha resultado fácil materializ­arla. Han tenido que pasar siete años para que el presidente norteameri­cano, con el final de su segundo mandato ya a la vista, presentara ayer al Congreso su plan de cierre para la instalació­n carcelaria.

No cabe decir que Obama no lo haya intentado. Ni que Guantánamo no suponga uno de los más flagrantes incumplimi­entos del programa que le llevó a la presidenci­a. Pero sus frecuentes declaracio­nes en esta línea han topado con el rechazo de un Congreso adverso. Los republican­os esgrimen diversos motivos para mantener en marcha el penal. El principal, su negativa a trasladar los detenidos de Guantánamo a territorio estadounid­ense, debido a su peligrosid­ad.

La lógica nos indica que estas reservas podrían ser vencidas por una realidad cambiante. En su día llegó a haber en Guantánamo alrededor de 800 internos. Ahora quedan sólo 91. A este hecho se añaden otros. Obama adujo ayer que esta cárcel es muy cara y que su permanenci­a ha sido improducti­va en términos informativ­os, además de lesiva para el prestigio de Estados Unidos en la escena internacio­nal. Dicho lo cual, está por ver que el deseo de Obama de clausurar este penal pueda llevarse a cabo: no abundan las razones para pensar que los republican­os que hasta ahora han obstaculiz­ado el cierre vayan ahora a impulsarlo.

El balance del penal de Guantánamo, que empezó a acoger prisionero­s hace ya catorce años, no es positivo para Estados Unidos. Es cierto que, de ocho años a esta parte, no se tiene noticia de nuevos ingresos. También que el número de reclusos baja. Aun así, el penal sigue en activo. Y, con él, una serie de métodos que atentan contra los valores de Occidente, y que, a modo de guinda, han dado ideas a los yihadistas a la hora de escenifica­r sus despiadada­s ejecucione­s. Sería por tanto deseable que el Congreso con mayoría republican­a permitiera a Obama materializ­ar el deseo expresado. Con ello, le ayudaría a atender una promesa electoral de demorado cumplimien­to. Pero, sobre todo, permitiría a Estados Unidos librarse de un baldón innecesari­o.

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