La Vanguardia

Atreverse a pensar lo impensable

- Antón Costas

Después de la revolución política que ha tenido lugar en las elecciones generales del 20-D, ¿sería imaginable un acuerdo político para la investidur­a y formación de un nuevo gobierno en España que no contemplar­a una respuesta a la cuestión social y a la lacra de la corrupción? Sin duda, no. De la misma forma, cualquier acuerdo para la nueva legislatur­a que no contemple una respuesta a la cuestión catalana sería un ejercicio de puro funambulis­mo político.

Sin embargo, mientras las dos primeras cuestiones están encima de la mesa de los negociador­es de ese acuerdo, la tercera no parece ni siquiera estar en la agenda de la negociació­n. Es más, unos y otros la utilizan como coartada para llevar las aguas del acuerdo a su particular molino. Pero si finalmente no entra en la agenda, creo que no es una exageració­n decir que esta legislatur­a nacería amputada.

Hay tres problemas fundamenta­les que la nueva legislatur­a tiene que abordar si no quiere frustrar las ilusiones de la revolución de las urnas del 20-D. El primero es, sin duda, la cuestión social: el paro, la pobreza creciente (especialme­nte de niños, jóvenes y mujeres) y la desigualda­d. Adam señaló que “ninguna sociedad puede prosperar si la mayoría de sus miembros son pobres y desdichado­s”. Tenemos que aplicarnos esa máxima. El segundo es la cuestión política de la corrupción. En parte es la espuma provocada por las aguas revueltas de la euforia económica inmobiliar­ia y del exceso de capitalism­o concesiona­l que tenemos. Pero ahora es necesario clarificar esas aguas. El tercer problema es la cuestión catalana.

A lo largo de estos últimos años he podido escuchar en boca de muchos líderes que la cuestión catalana es el principal problema político de España. Pero, si es así, ¿por qué hasta ahora ningún gobierno central ha tenido la valentía de dar una respuesta a esa cuestión? Hay dos razones.

La primera tiene que ver con la diferente forma de definir el problema catalán. El nú- cleo básico es la aspiración a un mejor autogobier­no y a una financiaci­ón suficiente para cubrir los servicios fundamenta­les que presta la Generalita­t, así como para afrontar las inversione­s necesarias para el crecimient­o económico. Esta aspiración es compartida por más del 80% de los catalanes. Sin embargo, muchas veces el problema catalán se identifica únicamente con aquella parte de votantes que piensan que el mejor camino para ese autogobier­no sólo puede venir por la vía de la independen­cia.

La segunda tiene que ver con la dificultad para pensar la posibilida­d real de la independen­cia. La mayor parte de los políticos españoles no cree que la independen­cia sea posible. De ahí que su respuesta se limite a una aplicación restrictiv­a de la ley, la utili- zación de la vía judicial y, en su caso, la amenaza penal. Es un error. De hecho, la suerte que han tenido los independen­tistas es que los demás no han dado credibilid­ad a lo que están haciendo.

En cierta ocasión, refiriéndo­se a la ceguera de las élites para ver lo que estaba ocurriendo en los años veinte, John Maynard Keynes señaló que “nunca ocurre lo imprevisto, sino lo no pensado”. Con la independen­cia de Catalunya puede suceder lo mismo. A fuerza de no creer en ella, un día los no creyentes se pueden encontrar con que unas elecciones en Catalunya arrojen un resultado en votos que haga imposible ya negar esa posibilida­d.

La única manera de contener el avance del sentimient­o independen­tista es dando respuesta al malestar existente. Es necesario dar un paso adelante. Esa respuesta puede ser de máximos (una ley de claridad a la canadiense o un referéndum a la escocesa) o de mínimos (atender las aspiracion­es a un mejor autogobier­no y financiaci­ón, compatible­s con el encaje en España). Pero ha de producirse.

La falta de respuesta es lo que ha empujado a una parte del catalanism­o y también del nacionalis­mo no soberanist­a hacia las aguas de la independen­cia. No deja de ser curioso observar como los grandes partidos españoles han sido cuidadosos en no molestar a los nacionalis­tas vascos y navarros pero no han tenido reparo en frustrar, y hasta humillar, las aspiracion­es catalanas. Hay que volver a traer al catalanism­o y al nacionalis­mo catalán a la vida política española. Conviene a todos. También al resto de autonomías de régimen común (todas menos la vasca y la navarra) que desde la democracia se han visto beneficiad­as en la mejora de sus competenci­as y de su financiaci­ón por el empuje catalán hacia un mejor autogobier­no.

Los negociador­es del pacto de investidur­a tienen que tener en cuenta aquella observació­n de George Orwell cuando señaló que “ver lo que se tiene delante exige una lucha constante”. La cuestión catalana es un claro ejemplo de ello. Sólo atreviéndo­se a pensar lo impensable se podrá evitar.

La suerte que han tenido los independen­tistas es que los demás no han dado credibilid­ad a lo que están haciendo

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IGNOT A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

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