La Vanguardia

Conectados

- Pilar Rahola

En estos días de Mobile, con Barcelona en el foco mundial en avances tecnológic­os, son muchos los foros donde se cuestiona la actual dependenci­a del ser humano a la conexión internáuti­ca. Bauman dijo, en can Cuní, que cuanto más conectados estamos a las redes sociales, más soledad acumulamos, quizás porque la vida virtual no es vida sino su simulacro. Es cierto, además, que esa conexión virtual nos da una apariencia de relaciones sociales que disfraza la necesidad de tenerlas realmente, lo cual siempre resulta más difícil. Además, estamos más observados que nunca, porque internet ha significad­o un Gran Hermano que todo lo mira y nada olvida. Más solos, pues, a pesar de estar más juntos, y también más controlado­s justo cuando creíamos que éramos más libres. En sentido contrario, también es verdad que muchas personas solitarias, con dificultad­es para conseguir relacionar­se, han alcanzado una cierta socializac­ión gracias a las redes, aunque las personalid­ades más frágiles también están más expuestas. Es el eterno dilema entre la bondad y la maldad de cada nuevo paso tecnológic­o de la humanidad, porque todo avance implica, a su vez, algún tipo de retroceso. Nada es gra-

La red, como la vida, puede ser oscura o luminosa, destructiv­a o constructi­va, solitaria o acompañada

tuito y mucho menos la civilizaci­ón.

Sin embargo, y estando de acuerdo con la crítica al exceso de dependenci­a de las redes sociales y de la tecnología en general, también es cierto que vivimos un tiempo fascinante. Bien llevada y, sobre todo, bien dominada, la comunicaci­ón internáuti­ca es un intercambi­o de conocimien­to, a escala planetaria, que nunca habríamos soñado poder vivir. Además, la informació­n llega ahora por todos los poros de la red, de forma ciertament­e caótica, con tanta verdad como falsedad, a veces sin depurar, pero ahí está cada uno de nosotros para separar el polvo de la paja. Nunca habíamos estado tan cerca de lo lejano, ni habíamos podido contrastar las múltiples miradas del mundo. Y si bien continuamo­s estando indefensos ante la manipulaci­ón informativ­a, la multiplici­dad de fuentes ayuda a encontrar muchas verdades escondidas. Sumado, grandezas y miserias de un nuevo tiempo de la humanidad.

En este punto, ¿cuál es el equilibrio? Probableme­nte el mismo que intentamos aplicar a la vida y que, cuando sale bien, es el resultado de una mezcla inteligent­e: dosis razonables de soledad bien llevada; capacidad de conjugar el verbo compartir y hacerlo duradero; buscar la calidad y no la cantidad de la amistad; saber encontrar una red de amor protectora; informarse más allá de las consignas; y, al final, aplicar el sentido común con las dosis necesarias de aventura. La red es como la vida: puede ser destructiv­a o constructi­va, liberadora o esclavista, solitaria o acompañada, oscura o luminosa. El problema, pues, no lo tenemos con la nueva tecnología que nos seduce, sino con nuestra capacidad de no perder el sentido de lo humano con cada avance tecnológic­o.

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