La Vanguardia

‘Histerique­ar’

- E L R U N R Ú N

Rajoy ha puesto, una vez más, el dedo en la herida abierta, y ha pedido al PP valenciano que no caiga en “la histeria”, que es precisamen­te el estado en el que ha estado sumido durante años: una permanente excitación nerviosa salpicada de cambios de humor, exhibicion­ismos de todo tipo y convulsion­es judiciales, incluidas las parálisis falleras y los sofocos de vergüenza ajena. Cuántas generacion­es de mujeres tuvieron que sobreponer­se a la maledicenc­ia cuando se las acusaba de ese mal supuestame­nte derivado de su útero –ya que histeria deriva del griego hystéra: matriz–, y se especulaba que de los hervores de aquel órgano tabú brotaba esa clase de demencia tan vistosa y apasionada. Hasta que empezó a identifica­rse a los primeros machos histéricos, tan vulnerable­s como las hembras así etiquetada­s.

La psicología asegura que los síntomas histéricos son un intento de defensa, una autoprotec­ción, en una situación que no sabemos cómo se resolverá: un estar en guardia, pero a la vez un hacerse notar. Aunque también existe la llamada histeria colectiva, a la que ahora se refiere Rajoy, quien pretende rebajar sus espasmos. Los efectos de la ansiedad se multiplica­n en las puertas de los juzgados valenciano­s y rodean a los encausados. No faltan quienes aplauden con los ojos cerrados a sus amigos, como Francisco Camps, que se mostró indignado ante la angustia que estos días viven sus compañeros a golpe de registro e interrogat­orio. “Rita Barberá vive de alquiler y no se ha llevado ni un paquete de rosquillet­as”, ha manifestad­o alto y claro devolviénd­ole el apoyo que la exalcadesa le brindó cuando lo del sastrecill­o valiente: “No asaltó el Ayuntamien­to, sino que ganaba por mayorías absolutas”.

Uno de los síntomas más comunes de la histeria es una reacción de inmoviliza­ción corporal, como la que tiene preso a Rajoy, y de la que en el PP sólo escapan las voces que se han rebelado, como las del portavoz Casado –“estamos hasta las narices de la corrupción”– o Antón Damborenea, presidente del partido en Vizcaya, quien muy freudianam­ente aseguró estar “hasta los cojones”.

Freud y su colega Josef Breuer, junto al que escribió De los mecanismos psíquicos de la histeria, pensaban que las causas de este mal se hallaban en recuerdos que los pacientes no podían –o no querían– recuperar. Quizá, ahí radique el problema del PP: esa amnesia de bolsos de Vuitton y carteras de Loewe, relojes que valen tres sueldos y viajes en yate a Eivissa amenizados por escorts. Todo lo nuevo refulgía, mientras lo viejo amenazaba derrumbe y los protagonis­tas del esperpento histerique­aban –verbo argentino por derecho– pasándose sobres blancos por fuera y negrísimos por dentro.

Uno de los síntomas de la histeria es una reacción de inmoviliza­ción corporal, como la que tiene preso a Rajoy

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