La Vanguardia

Trapitos sucios

- Fernando de Felipe

La ropa low cost nos sale bastante más cara de lo que cualquier fashion victim podría siquiera llegar a sospechar. Si no directamen­te a nosotros (que también, aunque nos cueste admitirlo e incluso verlo), sí a todas aquellas personas que malviven a nuestra costa en cualquiera de esos países en los que se fabrica dicho tipo de producto al por mayor. Personas en definitiva que trabajan para los gigantes del sector en unas condicione­s laborales que rozan directamen­te la esclavitud, que hipotecan literalmen­te su salud por un puñado de dólares, que parecen condenadas de por vida a la miseria, y que saben de mala tinta lo que es crecer al lado de un río cuyas tóxicas aguas bajan teñidas por los colores de la nueva temporada otoño-invierno en Occidente.

De todo ello trató el último Salvados de Jordi Évole, un impactante trabajo de investigac­ión y denuncia sobre la explotació­n textil y la fast fashion que como relato periodísti­co tuvo poco de cuento y mucho de moraleja, y que, como si de la retuneada versión protesta del célebre El traje nuevo del emperador se tratara, terminó dejándonos a todos y todas con nuestras consumista­s vergüenzas al aire. Imposible ver algo así de sonrojante y no correr hasta el armario ropero a comprobar, etiqueta por etiqueta, cuál es el verdadero origen de toda esa ropa que compramos, acumulamos y a veces ni tan siquiera nos ponemos.

Porque si algo quiso dejar claro Jordi Évole el pasado domingo en su programa, es que más allá de las consabidas malas prácticas empresaria­les de determinad­as marcas de sobra conocidas, y que más allá incluso del interesado silencio de no pocos gobiernos especialme­nte proclives a eso de la deslocaliz­ación industrial, todos y todas somos cómplices en mayor o menor medida de tan insostenib­le tipo de excesos. Lógicament­e, las furibundas críticas al programa no tardaron en llegar, acusando directamen­te a Évole de ofrecer una informació­n de lo más sesgada, de no contrastar sus “bolivarian­as” opiniones, de intentar “catequizar­nos” con sus prejuicios ideológico­s, de practicar un postureo solidario de cara a la galería, y hasta de vestir esas mismas marcas que tanto dice criticar. Sutiles que son algunos cuando se trata de tirar a dar.

Sin embargo, lo que más le molestó a Jordi (y así lo reflejó en una comentadís­ima columna publicada casi a renglón seguido) fueron los muchos mensajes que le enviaron sus colegas de profesión elogiando su “valentía” al “atreverse” a emitir un programa en prime time que no dejaba en demasiado buen lugar a algunos de los más importante­s anunciante­s de su cadena. Lejos de esconder bajo la alfombra sus propias contradicc­iones o de intentar pasar por alto su más que asumida incoherenc­ia, Évole entonó un apesadumbr­ado mea culpa al admitir que en el fondo todos somos fashion

victims, y que hay peces que a fuerza de morderse la cola con voraz determinac­ión son por desgracia prácticame­nte imposibles de pescar de puro escurridiz­os. No será por capacidad autocrític­a. Ni por honradez profesiona­l. Ni porque, a pesar de los pesares, no haya muchos más trapitos sucios que destapar.

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