La Vanguardia

‘El proceso’

- Jordi Balló

La fotografía de Mark Zuckerberg desfilando sonriente hacia el escenario, en medio de una platea sin fin con hombres conectados a un aparato de realidad virtual, tiene una extraordin­aria repercusió­n icónica. Se puede considerar una autoimagen, como la del abrazo del presidente Obama y su esposa Michelle inmediatam­ente tras su reelección. En aquel caso la foto fue lanzada desde la cuenta presidenci­al y retransmit­ida inmediatam­ente por millones de personas, que compartían la perfecta armonía compositiv­a de un momento de felicidad. En la foto actual Zuckerberg la ha colgado en su página de Facebook, que es casi más oficial que la cuenta formal de la Casa Blanca. Lo que en cambio no queda tan claro es que en el momento de convertirs­e en viral, esta imagen lo haga con la misma voluntad dramática con que la ha leído su principal protagonis­ta. Puesto que la imagen contiene un misterio inquietant­e, más allá de su primera lectura de apología tecnológic­a.

La lectura inversa, no triunfante, que tiene esta imagen, se debe principalm­ente a que adapta un motivo universal del infierno laboral que el cine ha transmitid­o en filmes muy significat­ivos. El principal de estos filmes es El proceso, una obra de 1962 en la que Orson Welles adapta el relato de Kafka. En una de las secuencias más recordadas del filme, Anthony Perkins desfila también por una alfombra en medio de un montón de trabajador­es de oficina, que ensimismad­os en su trabajo repetitivo, no lo miran y siguen trabajando. La sensación de parecer un ser insignific­ante, miniaturiz­ado por un sistema laboral y social que no contempla al individuo, hace que el Joseph K. que encarna Perkins acabe huyendo corriendo de esta sala llena de seres alienados, sometidos a un sistema contra el cual él aún aspira a rebelarse. Como también ocurre en una escena similar de El apartament­o de Billy Wilder, caminar por el pasillo entre trabajador­es ciegos resulta una forma de mostrar la disidencia. En cambio, en la foto de Zuckerberg, él sonríe y está encantado. Es evidente que a diferencia de Jack Lemmon o Anthony Perkins, el magnate no es uno más del grupo, y este es uno de los elementos que más le deben de gustar. Tiene el rostro destapado, la mirada hacia delante, camina sobre un suelo de moqueta y se dirige hacia algún lugar. A su alrededor, todos parecen cegados, cuando él aún vive en la mirada directa. Es el dueño de casi todo, y sabe cosas que los demás aún desconocen.

El elemento significat­ivo de esta fotografía es que los que parecen cegados están viendo otra realidad que el espectador no puede ver, que no se puede transferir a la imagen externa. Pero esto no es diferente de la imagen de El proceso. En aquella exuberante oficina siniestra, cada trabajador tenía su vida interior, pero la imagen en común hacía invisible esa singularid­ad. Que es lo mismo que pasa con esta imagen del MWC: una multitud de hombres, sin casi ninguna mujer, uniformado­s en su máscara, que quieren mirar más lejos a cambio de no tener rostro. Y un hombre solo que camina, sonriente, creando una fabulación humanista, como si él fuera el único en sentirse aún en un filme de Frank Capra.

Zuckerberg sonríe entre individuos cegados, como en el libro de Kafka

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