De París a Londres
El punto de inflexión fue París (2006). Ahí se bifurcaron para siempre los destinos del Arsenal y el Barça. Los londinenses, aún hoy sin Copas de Europa en el palmarés, cayeron en aquella final y ya no se levantaron. Diez años después de aquello han ganado 2 FA Cup y 2 Community Shield, calderilla museística comparada con la exuberancia barcelonista, que colecciona Champions, Mundiales de clubs, Ligas y Supercopas.
Al Arsenal y al Barça se les solía comparar antiguamente como promotores de cierto vanguardismo futbolístico, pero eso era antes de París. En la actualidad, como quedó ratificado anoche, no hay homologación posible. El Arsenal le cedió el balón al Barça desde el minuto 1 y ordenó a sus velocistas que vivieran del error para atacar a ráfagas. Fue un planteamiento ideado desde la inferioridad. El Barça intimida, dibuja la pizarra del contrario y, ya en el campo, espera el agotamiento de su adversario hasta asestar el golpe definitivo de Messi, Neymar y Suárez, ya sea en formato colectivo (contragolpe de manual) o individual (penalti).
El conformismo liquidó al
El Arsenal cedió el balón y ordenó a sus velocistas que buscaran el error para atacar a ráfagas
Arsenal hace tiempo, incluso antes del 2006. En el 1999, el Barça le venció en Londres con un contundente 2-4. Al acabar el partido, la afición local despidió a su capitán y a su entrenador con una atronadora ovación. El brazalete lo llevaba Tony Adams, central mítico que perpetró esa noche una actuación insalvable desde un punto de vista estrictamente futbolístico, no así (por lo que se vio) desde una perspectiva más emocional. Adams, firmante tres años antes de la autobiografía Adicto en la que confesaba su alcoholismo, tenía ya por aquel entonces 33, pero gozó siempre del cariño de la platea gunner. A su lado, de camino hacia los vestuarios, Wenger, ya entrenador del Arsenal (lleva 20 años en el cargo), devolvió los aplausos del respetable. Y ahí sigue. El Barça y su gente no son así. Y nunca lo serán.