Las siete vidas de Aíto
“Es un Dios para el baloncesto español”. Lo dijo Pablo Laso en A Coruña. Y un Dios puede hacer lo que quiera, se supone. Y lo está haciendo, camino de los 70 años. Una imagen ha sido constante en la reciente Copa del Rey. Mientras muchos entrenadores caminaban cerca del banquillo, gesticulaban, movían la cabeza de un lado a otro, abroncaban a algunos jugadores y, a menudo, alzaban los brazos en contra del criterio de los colegiados, uno seguía la mayor parte del tiempo sentado junto a sus colaboradores, comentando detalles y, algunas veces, acercándose a los deportistas suplentes para enseñar algo.
Incluso cuando su equipo iba perdiendo por 19 ante el Dominion Bilbao en una de las semifinales, Aíto García Reneses mantenía una actitud serena, muchas veces ajena a las emociones de la pista. Ya había hecho algo muy complicado, dejar fuera de combate al Valencia, el líder de la Liga Endesa. “El Valencia es el máximo favorito al título”, había dicho el madrileño en la previa de la compe- tición, una buena manera de descargar toda la presión al rival. Aíto juega con el tempo y conoce, después de tantos años, el valor de las palabras. Los valencianos perdieron ante el Gran Canaria y los vascos tampoco conservaron su enorme ventaja a un cuarto de hora del final. Aíto sonreía y dejaba bien claro que “para nosotros estar en la final ya es una recompensa enorme, un triunfo”. Tenía razón porque desde que llegó a la isla canaria ya ha colocado al equipo en dos finales, la de la Eurocopa y la de esta Copa del Rey. Ambas perdidas, eso sí, ante rivales superiores, el Khimki ruso y el R. Madrid, respectivamente. Entre las muchas cosas que el entrenador ha enseñado a sus jugadores están el valor del esfuerzo, la humildad y el compañerismo. Por eso no le ha gustado nunca que un jugador pida más minutos, lo que para él es una falta clara de respeto a otro miembro de la plantilla. Formado en la cantera del Estudiantes, donde jugó cinco temporadas, el destino le llevaría a Barcelona. En esos años tuvo incluso tiempo de hacer un cameo, en 1965, en la película La familia y uno más.
Su llegada a Catalunya le cambió la vida en todos los sentidos. Fue jugador durante cinco temporadas del Barça, pero ya entonces tenía claro que su futuro estaría en los banquillos porque le gustaba mucho colaborar con sus entrenadores. Estando aún en el club blaugrana, compaginó su actividad como jugador –se retiró a los 26 años porque no veía claro su futuro– con la de técnico del Esparreguera, paso previo a la que sería su rampa de lanzamiento, el Círcol Catòlic de Badalona, que pasó a denominarse luego Cotonificio. Fue su salto a la élite, básicamente en un Barcelona en el que lo ganó todo, menos la anhelada Copa de Europa. El Barça estuvo, con él en el banquillo, en seis finales a cuatro, pero en el instante decisivo siempre cayó por una causa u otra. Desde tener a rivales mejores (el Jugoplastika de Kukoc o Radja) a un tapón ilegal de Vrankovic a Montero que los colegiados no quisieron ver. La FIBA se disculpó posteriormente con una carta, pero el campeón en 1996 fue el Panathinaikos.
Alejado del primer plano en cuanto a opciones de ganar títulos importantes, Aíto se ha mantenido en la ACB. En el 2008 –año en el que llevó a la selección española a la plata en los Juegos de Pekín–, en un Joventut en el que ya destacaban Ricky Rubio y Rudy Fernández, incluso ganó la Copa y posteriormente ha estado en el Unicaja, Cajasol y, ahora, Gran Canaria. “Sigo entrenando después de tanto tiempo no porque tenga obligación, sino porque mantengo exactamente la misma ilusión que el primer día que empecé”, ha explicado el madrileño, un incombustible del banquillo.
Aíto resume su vida, plena de anécdotas, así: “Ha sido muy satisfactoria. Como en todas las profesiones, hay mejores y peores momentos, pero me siento muy conforme y satisfecho con lo realizado. Es tanto lo que he vivido que es imposible destacar un momento, o dos, por encima del resto. Todo en mi carrera ha sido muy atractivo”. Estos días, en A Coruña, dejó otra muestra de su mentalidad cuando antes del partido de semifinales comentó que “la labor del entrenador es conseguir que los jugadores jueguen siempre concentrados. Es una cuestión de educación deportiva intentar que un equipo ofrezca lo máximo sin preocuparse del resultado, de si gana o pierde”. Luego, tras caer en la final, añadió: “Sobre todo estoy muy orgulloso de todo mi equipo”.