Entre lo universal y la excelencia
Desde hace años los estudios y la actividad en las universidades públicas se apoyan en dos pilares estratégicos de largo alcance, lo universal (que pertenece o se extiende al mundo, a todos los ciudadanos) y la excelencia (de superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo). Cada uno de estos atributos es un desafío en sí mismo y precisa para tener éxito de recursos equilibrados, complicidad con el talento individual y colectivo y especialmente modelos de gestión y funcionamiento, competentes y competitivos. Algunos contraponen ambas cuestiones y postulan que en la universidad lo universal (masificación) reduce la excelencia (elitismo) y viceversa, pese a que la sociedad pida ambas cosas con insistencia.
La realidad de los campus es que la financiación pública es escasa y no resulta fácil enfrentarse a los retos institucionales, especialmente a los más genéricos y ambiciosos que buscan una universidad para todos los ciudadanos, comprometida con el bien común y el bienestar, con una gestión pública y de bajo coste, y de excelencia ( ocris, montaña o peñasco escarpado). El mérito de los gestores universitarios es ocuparse de ello e intentar alcanzar los objetivos a sabiendas de que disponen de una gobernanza y unos modelos de gestión y funcionamiento poco eficientes. Lo normal en casos tan exigentes es quedarse a mitad de camino con disfunciones, discrepancias conceptuales y conflictos operativos que si se mantienen mucho tiempo pueden conducir a la medi- ocri- dad. Relajar los obje- tivos institucionales para lograr una viabilidad presupuestaria puede acabar pervirtiéndolos y acelerar la llegada de la mediocridad.
Una paradoja, pues las universidades buscando la excelencia pueden encontrar la mediocridad, y con ella una cierta dosis de melancolía en los miembros de la comunidad universitaria (según Victor Hugo, la felicidad de estar triste). La universidad pública debe participar en el cambio social en marcha, y asumir que no afecta sólo a la política, la economía o al bien común, sino también a los sistemas educativos, de conocimiento, innovación y a la creatividad. La universidad debe hallar fórmulas estratégicas, organizativas, de funcionamiento y gestión viables para contextualizar la educación superior sin debilitar la excelencia ni caer en la mediocridad, sin defraudar las expectativas de los ciudadanos ni las esperanzas en el bienestar.